Vicenta y Araceli Suárez son hermanas, jóvenes, del barrio del Guadalquivir. Entre las dos suman siete hijos. Una de ellas tiene a su esposo en paro y la otra, en prisión. La situación familiar por la que atraviesan no es muy distinta a la de otras muchas familias del mismo barrio o a la de otras de la ciudad o de la provincia. Son dificultades que se traducen, sobre todo, en problemas para poder alimentar a su abundante prole y sin expectativas laborales a la vista. Así que es normal que ayer se mostraran con ganas de hablar al periodista que las visita en el taller que, por medio de la Fundación Don Bosco, las está enseñando a cocinar y a la vez les permite tener asegurada la dieta diaria para sus pequeños.

La experiencia se ha puesto en práctica por primera vez en este barrio cordobés y lo coordinan Cristina Vázquez y Auxiliadora Flores, que son quienes llevan el control de toda la actividad, consistente en cocinar lunes, miércoles y jueves menús sanos para unas 30 familias del barrio. En total se les facilita la alimentación a 130 personas. No son los primeros ni los únicos que reparten comida a familias en apuros, pero sí que lo son en hacer que sean las propias familias las que se preparen dicha comida.

Explica Cristina Vázquez que en este taller de cocina, y bajo la tutela de Auxiliadora, varias mujeres del barrio, entre ellas las hermanas Vicenta y Araceli, participan en la preparación de los menús, aprenden a cocinarlos y se suman a la organización de los lotes para el reparto. «Pero además --insiste Cristina-- solo se les da la comida elaborada tres días, los demás se la tienen que preparar cada familia en su casa». Para ello, lógicamente, se les facilitan los ingredientes y la receta. Los platos que se preparan cuentan con el control de un nutricionista, por ello no se incluyen fritos, pero sí legumbres, pescado, carne, fruta y hortalizas, en su justa medida. Así, añade la monitora, «los lunes se llevan la comida del lunes y los preparativos para el martes», de ese modo creemos que se les ayuda más, porque aprenden también.

De hecho, señala que a algunas de las alumnas desde que están en este taller ya les han surgido algunas ofertas de empleo, «porque esa es la otra faceta que tiene este proyecto, que aunque se les facilite la alimentación, también hay otra persona que las orienta permanentemente en materia de empleo y consultando ofertas y se les obliga a buscar trabajo».

Las alumnas cocineras se sienten agusto con la iniciativa, la defienden y la explican con todo lujo de detalle: «Nosotros nos apuntamos al proyecto este que es innovador, es un proyecto de comida comunitaria, entre vecinos, porque al ser todos de la misma manzana pues nos conocemos todos», señala Vicenta. Su hermana añade que vienen «hasta que dure el proyecto, dos veces al mes a cocinar y el resto de los días venimos o bien a talleres de cocina, a la asamblea» o a otro tipo de actividades y talleres.

Vicenta indica que aunque en la cocina se tenía que defender a la fuerza, porque «con tres niños no hay más remedio, aquí hemos aprendido mucho y detalles que antes no sabíamos». Pero, destacan las hermanas que lo más importante es poder tener comida todos los días. «Esto nos ha venido muy bien porque la mayoría de las familias no contamos con los recursos para cocinar a diario y de las dietas que nos ponen aquí. Y aparte de eso, las mujeres que venimos tenemos muchos problemas en casa y aquí los compartimos, hablamos y eso nos ayuda mucho». Y los niños, dicen, «están contentos porque comen comidas que les hace su madre y cosas que antes a lo mejor no comían, como el pollo a la menestra, que hasta lo dicen luego en el cole: -¡mi madre ha traído hoy pollo a la menestra!-. Eso para ellos algo nuevo».

Araceli, la cocinera, se ha fijado especialmente en un detalle, «el primer día que vinieron a la charla traían las caras tristes y ahora las ves totalmente distintas, el positivismo y la ilusión se les nota». Y no es para menos, «se sienten ocupadas, útiles» y con ganas y motivos para seguir luchando.