El Córdoba se nutre y cobra energía de la vida que recibe, a cachitos precisamente, de sus seguidores. Y en contra de lo que se pudiera pensar, no es una relación parásita, sino simbiótica. Porque siempre aparecen momentos como el de anoche. Un instante en el que el propio Córdoba insufla un aliento de vida a los suyos cuando parece que ya no pueden más, atiborrados de infusiones para aliviar el desengaño y de pastillitas contra la ausencia de fe para seguir viajando, para continuar gritando y cantando, para volver al asiento de El Arcángel cada fin de semana. No es ciencia. Es algo inexplicable. De repente ocurre y, a pesar de que todo lo ingerido no termina de provocar la remontada moral, aparece el Córdoba para responder que sí, que está ahí y que todo es posible. Ese momento, ese mínimo instante en comparación con tanto tiempo de preocupación, bastante medicación y un punto de depresión, se vivió anoche en Reus. Inesperadamente, el Córdoba -denme mayúsculas más grandes, como dicen los argentinos- apareció. El de lo inesperado, el de frotarse los ojos, el de los gritos de rabia y desahogo: que sí, que está aquí y que se puede. Que se quiere quedar en Segunda. Y que lo va a lograr.

No arrancaron mal ninguno de los dos equipos, aunque anduvo ligeramente mejor el grupo de López Garai. Básicamente, porque en su ataque por la izquierda, con Fran Carbia, generó más de una duda en el eterno dilema de este Córdoba de Sandoval: los carrileros. El Córdoba intentaba mantener la tensión en el mediocampo con ellos y el Reus buscaba siempre sus espaldas, obligando a Quintanilla y a Valentín, primero, y a Aythami, después --cambiaron posición-, a estar más que atentos. Se consiguió por la zona izquierda blanquiverde, aunque no tanto por la derecha. En cualquier caso, El Reus no generaba peligro, por lo que todo quedaba en buenas intenciones y algo más de posesión. Por su parte, el conjunto blanquiverde se entregó al balón parado. Y, cómo no, a Reyes. Ya hizo un amago en el primer minuto en una falta lateral, pero avisó en serio el utrerano con otro golpe franco lateral servido al segundo palo en donde esperaba Aythami, que tocó de cabeza lo justo para dejar solo a Álex Vallejo ante Badia, pero el lanzamiento se fue a las nubes.

El Córdoba fue equilibrando más el choque y se acercaba por la meta rival. Sergio Aguza robaba en campo rojinegro y servía a Sergi Guardiola quien, una vez dentro del área, disparó demasiado flojo y fácil para el portero reusense. Poco después, una volea alta de Edu Ramos dejaba claro que el Córdoba iba a por los tres puntos. Con las armas disponibles en el Nou Camp Municipal. La principal de ellas, la estrategia. Y de ella salió el gol que abrió el marcador. Un saque de esquina en corto de Reyes sobre Aguza, que hacía como el utrerano, conectar con Aythami en el segundo palo. El canario, como si de un delantero más fuese, fintó a su oponente y puso un centro raso y potente al que no llegó en el centro de la portería Guardiola, pero sí Quintanilla, que empujó a la red. El Reus Deportiu intentó devolver el golpe casi en la siguiente jugada, pero el disparo de Juan Domínguez, solo en el área, encontró buena respuesta de Kieszek. Esa respuesta local tan rápida podía hacer presagiar un acoso y derribo sobre elárea blanquiverde. Pero nada más lejos de la realidad. El equipo de Garai dominó de nuevo la pelota, pero al igual que en los primeros minutos, sin ninguna profundidad ni mucho menos peligro para la puerta cordobesista. De hecho, el Córdoba pudo aumentar el marcador con un posible penalti por mano de un defensor rojinegro (min. 39) y a través de una jugada individual de Sergi, cuyo centro paralelo a la raya de gol no encontró rematador.

El final del primer acto era de esperanza. El segundo tiempo fue de sufrimiento. De mucho sufrimiento. El Reus fue mejor que el Córdoba en esos 45 minutos por dos motivos. Primero, porque puso más intensidad desde el inicio. Segundo, porque las poquitas opciones que se buscaron los blanquiverdes nunca terminaron de cuajar y, para colmo, hubo una fase de esa segunda mitad en la que el equipo de Sandoval se rompió. Lógicamente, pudo ahí más el corazón, la entrega y el ver que se podía ir la victoria sobre la táctica, la cabeza y el tener paciencia. Fruto de ese mejor juego del Reus fue el gol de Atienza, al cabecear una falta en el minuto 67, pero no era sino la lógica de lo que se había visto durante los 22 minutos anteriores.

Incluso con el empate a un gol, Kieszek salvó con el pie un remate de Edgar Hernández a bocajarro. Era la fase, precisamente, en la que el duelo ya estaba roto, porque apenas dos minutos después tuvo la opción Jovanovic, cuando solo ante Edgar Badia, se topó con el portero reusense.

Los cambios de Sandoval eran de final de campeonato. Sacó del campo a un mediocentro defensivo y a un central y metió a Narváez y nada menos que a Alfaro, que volvía después de muchas jornadas sin competición. Había que ir con todo lo posible en lo que a calidad se refiere y confiar en que, al final, el Córdoba es el Córdoba y se podría generar ese instante que sólo el club cordobesista es capaz de hacer vivir a los suyos.

Y ocurrió, cómo no, a balón parado. Un saque de esquina botado por Aguza era tocado de cabeza por Sergi Guardiola para que Aythami, entrando, empujara el balón con el cuerpo. Las lágrimas de Sandoval, minutos después, eran compartidas también por muchos de los que habían asistido en Reus a una nueva aparición del señor de los milagros.