Julia y Clara escucharon muy atentas el discurso de su madre en la ceremonia de investidura. Quizá sin ser demasiado conscientes de que Isabel Ambrosio Palos (Madrid, 1970) estaba haciendo historia y poniendo fin a la conocida anomalía histórica del socialismo en la ciudad de Córdoba. Y lo ha hecho sin levantar la voz, ahí es nada, en los tiempos que corren. Ella es más de gestos y silencios de esos que hablan. Ha comenzado su mandato lanzando un beso al salón de plenos y depositando una rosa en la tumba del primer alcalde socialista, Manuel Sánchez Badajoz, fusilado en el 36. Antes, en su discurso, recordó a su padre fallecido cuando ella tenía 10 años. "Mi padre sembró en mí la semilla del socialismo", confesó y lamentó que, sin embargo, no pudiera verla germinar. De aquella orfandad, Isa --como la conocen sus amigos y compañeros-- ha sabido forjarse un carácter luchador, perseverante y tenaz. La perseverancia y tenacidad de quien se ha hecho a sí misma y se ha visto obligada a hacerlo sola. De trato dulce y cordial, dicen quienes la conocen que todo lo que tiene le ha costado mucho esfuerzo y sacrificio. "Ha cuidado niños, limpiado casas, todo lo necesario para ayudar a su madre --que ayer la miraba orgullosa desde el público-- y sacar adelante a una familia de cuatro hermanos que perdieron muy pronto a su padre", apuntaba ayer una colaboradora.

Estudió becada en las Teresianas y en la Universidad Laboral, de donde conserva amigos y buenos recuerdos. Casada con su novio de siempre, Jesús, trabajador municipal de parques y jardines, forman una pareja estable, de vida sencilla, que disfruta con sus hijas del senderismo, los amigos y el deporte. Cuando acabe su periplo político siempre podrá volver a la Diputación, institución de la que es funcionaria (es técnica de información).

Al PSOE lleva ligada desde los 16 años a través de Juventudes Socialistas, se afilió en 1991 y es una casa (su casa) que conoce como pocos. Ha sido secretaria de Organización de la ejecutiva municipal y provincial (1996- 2004), vicesecretaria general de la dirección del partido en la provincia y vocal de la ejecutiva del PSOE de Andalucía. También ha formado parte del comité federal socialista, máximo órgano entre congresos. En el plano institucional ha sido parlamentaria andaluza por Córdoba entre el 2004 y el 2012. En la séptima legislatura, presidió la Comisión de Discapacidad de la Cámara autonómica y fue ponente del PSOE en la Ley de Promoción y Defensa de la Competencia de Andalucía. En el siguiente mandato, ocupó la vicepresidencia de la Comisión de Gobernación y fue portavoz del grupo socialista en la de Turismo, Comercio y Deporte. Fue diputada regional hasta el 2008, cuando renunció a su acta para ocupar el puesto de delegada del Gobierno de la Junta de Andalucía en Córdoba, en sustitución de Antonio Márquez. En este cargo se mantuvo hasta enero de este mismo año, cuando fue elegida candidata a la Alcaldía de Córdoba tras un proceso de primarias. En su etapa al frente de la institución autonómica no se le conocen polémicas públicas, ni siquiera cuando IU desembarcó en el Gobierno andaluz. Es amiga de lavar los platos sucios en casa y ha dicho en muchas ocasiones que no es nada sin su equipo. Sus detractores critican de ella precisamente lo que otros ven una virtud: una discreción tan elevada que parece que no se moja.

Ya como alcaldesa ha dicho que viene a protagonizar un cambio sereno, que no quiere rencores y que hay que hablar. Le hará falta temple para dirigir una nave de 11 concejales frente a los 18 de la oposición. No lo va a tener fácil, pero a su favor tiene su propia biografía. Isabel Ambrosio nunca lo ha tenido fácil.