El próximo miércoles se cumplen 30 años de la muerte del periodista y escritor cordobés Sebastián Cuevas, en cuya trayectoria profesional convivieron la investigación y la denuncia con el reportaje y la crónica de la vida de la ciudad, además de dejar un legado literario (poesía, novela y teatro) que su familia mantiene vivo en la casa que habitó de la calle que lleva su nombre en la ciudad, donde se aloja una sala de lectura con una notable biblioteca de la Transición. Tan querido y reconocido como polémico, ejerció el periodismo en La Voz de Córdoba y como corresponsal de primeras cabeceras de diarios y revistas nacionales, y uno de sus hitos profesionales fue el descubrimiento del cementerio nuclear de El Cabril, oculto y silenciado por los poderes de la época.

Un rincón de la biblioteca de la casa familiar de Sebastián Cuevas. | MANUEL MURILLO

En este ámbito de investigación y denuncia trabajó incansablemente poniendo de manifiesto su agudo olfato para lo noticiable, su valentía para enfrentarse a todo tipo de presiones y un lenguaje propio. En esta vertiente periodística también destaca la denuncia del intento de venta en Francia del Palacio de Viana -denuncia que permitió a la postre su adquisición por la Caja Provincial en 1980-, la de la sustracción del Elefante del Caño de Escarabitas de su lugar original en Trassierra para su traslado al Palacio Episcopal; la publicación del riesgo de expolio del lienzo de la Muralla de Ronda Tejares, una denuncia que posibilitó su puesta en valor en la actual sede de Cajasur. Si el periodismo de denuncia ya le había procurado el respeto de sus compañeros y la antipatía beligerante de los denunciados, su trabajo para La Voz de Córdoba desde el 15 mayo 1981 le granjeó la simpatía de la ciudadanía, que, incluso, buscó en él la voz valiente que necesitaba. También de indudable repercusión popular fue su trabajo televisivo para PTV, como la serie Paseos por Córdoba, emulando el título de la célebre obra de Ramírez de Arellano, reportajes como La Corredera en Navidad o las atípicas crónicas sobre los desfiles procesionales de Semana Santa.

«Molesto e imprescindible»

«Sebastián era un jornalero de la información», señala Manolo Fernández, periodista que compartió trabajo con Cuevas en La voz de Córdoba y que recuerda la impresión que le causó «aquel hombre de cabeza de estatua romana, calvo y con barba, con una estética propia de torpe aliño indumentario, voz cavernosa y envolvente, que seducía con un derroche de verbo e ideas casi imposibles de asimilar por un periodista novato». Era el verano de 1979 y Fernández, que comenzaba su trayectoria como profesional de la información, asegura que Cuevas era un periodista «molesto, imprescindible, tozudo, capaz de descalzarse ante el poder y sacudir sus zapatillas con tal de que sus pasos no se impregnaran de la tentación de los instalados».

También guarda recuerdos de este maestro de la información Francisco Solano Márquez, director de La Voz durante el tiempo en el que Cuevas trabajó en él. «Tenía tres claros perfiles intelectuales: poeta político-social, escritor costumbrista y periodista de investigación», señala el exdirector del periódico, recordando que «en cada uno de ellos destacó con obras como el poemario Los proscritos, la novela La Casa de los Muchos y la publicación en la revista Sábado Gráfico, en 1976, del reportaje-denuncia sobre la existencia del cementerio nuclear en El Cabril». Precisamente, La Casa de los Muchos ha sido recientemente incluida al repositorio digital de la Biblioteca Central que, además, proyecta un paseo y lectura dentro de su programa de actividades para los lectores en septiembre. En esta obra, de la que anticipó algunos capítulos en La Voz y sobre la que se planea su reedición, el escritor revive con realismo la historia de un patio de Córdoba con sus vecinos y eleva el lenguaje popular a literatura de calidad.

«Le encomendé la sección de Cultura, aunque con cierta flexibilidad», continúa Márquez, que recuerda que «no quería prescindir de su incisiva y excelente pluma en reportajes de calle, como los que dedicó a crímenes históricos, los barrios de Córdoba o los cortijos del entorno rural, trabajos que le permitían moverse a sus anchas sin someterse a horarios estrictos». «Aunque han pasado treinta años de su muerte -y parece que fue ayer cuando lo despedíamos en la iglesia Madre de Dios- su recuerdo sigue vivo en sus libros y en la calle donde vivió, que el Ayuntamiento rebautizó con su nombre», concluye Márquez. Por su parte, Fernández culmina sus impresiones sobre Cuevas recordando que «sentía fidelidad hacia Blas de Otero y Miguel Hernández, y una obligación imperativa de escribir para su pueblo y de levantarlo de sus ruinas, como hizo con aquel poema sobre Medina Zahara».