Feria de San Isidro

El público agradece con otra oreja barata el toreo efectista de Talavante

El ganado de Juan Pedro Domecq, excepto un quinto aceptable, se mostró desrazado y se defendió sin clase

Alejandro Talavante reta a uno de sus dos toros este miércoles, en Las Ventas de Madrid.

Alejandro Talavante reta a uno de sus dos toros este miércoles, en Las Ventas de Madrid. / Kiko Huesca / Efe

Paco Aguado (Efe)

Feria de San Isidro

Ganado: seis toros de Juan Pedro Domecq, todos con los cinco años cumplidos. Salvo 2º y 3º, corrida de excesivo volumen y bastas hechuras, y toda desrazada dentro de su desigual duración en el último tercio, pues algunos se rajaron pronto y otros apenas se pararon o se defendieron sin clase. El quinto, paradójicamente el de más peso, resultó el de más opciones.

Morante de la Puebla: pinchazo, dos pinchazos hondos y descabello (pitos); pinchazo delantero y estocada caída atravesada (silencio).

Alejandro Talavante: dos pinchazos bajos, estocada desprendida y descabello (silencio); estocada baja delantera (oreja).

Pablo Aguado: dos pinchazos, estocada honda perpendicular y tres descabellos (silencio tras aviso); pinchazo bajo, pinchazo hondo y descabello (silencio).

Cuadrillas: destacó la brega trabajosa de Curro Javier con el primero, con el que saludó en banderillas Joao Ferreira.

Plaza: Las Ventas de Madrid, en decimoséptimo festejo de abono de la feria de San Isidro, con cartel de "no hay billetes" (unos 23.000 espectadores), en tarde muy calurosa.

El diestro extremeño Alejandro Talavante cortó la única oreja del festejo de este miércoles de la feria de San Isidro, solicitada por un público festivo que agradeció, y aplaudió con entusiasmo su toreo vistoso y efectista, más que hondo, al único toro con opciones de una voluminosa y desrazada corrida de Juan Pedro Domecq.

Con el noveno cartel de 'no hay billetes' en los diecisiete festejos que van de abono, la tarde venía precedida de una mayor expectación que se fue diluyendo a medida de que los cinqueños de la sierra sevillana se iban rajando o viniéndose abajo hasta que salió como quinto un auténtico mostrenco que, paradojas de la bravura, fue el único que duró en la pelea, aunque hiciera también algún amago de irse a las tablas.

Pero el hecho es que con los aliviados estatuarios con que el torero extremeño le abrió la faena, el de Juan Pedro optó no solo por quedarse sino que rompió a embestir, motivado también por la poca exigencia de los muletazos que le fue proponiendo su matador.

Con cierta ligereza y desde el seguro de la pala del pitón, Talavante le ligó algunas series con las dos manos, a las que solo restaron fluidez los golpes que el toro, de larga viga y fuerte culata, le daba al final de los pases, sin acabar de deslizarse.

Pero, con habilidad y dominio de la escena, y para poner un broche más lucido, el de Badajoz optó por darse a unos adornos variados y un tanto efectistas que acabaron de calentar a un público en busca de alegrías y no de un mayor análisis.

Por eso ni la fea estocada, baja y delantera, con que el torero cerró de malas formas la faena, lo que por sí solo demeritaba el premio, fue óbice para que se pidiera y se concediera al extremeño una oreja tan barata como la que obtuvo ya en su primer paseíllo en la feria.

La corrida había empezado mal, y por la vía rápida, pues ni Morante de la Puebla ni el mismo Talavante tuvieron la mínima contemplación para machetear y abreviar con dos toros que se defendieron con un brusco calamocheo, por mucho que el de Badajoz comenzara su trasteo con las dos rodillas en tierra y sin lograr luego atemperar ese comportamiento.

Menos mal que, en el tercio de varas del tercero llegó por fin un destello de buen toreo de capa, que tanto se echaba de menos en la feria, justo en el momento en que Morante de la Puebla, a pesar de los pitos de cierta parte del público, hizo uso de su turno de quites.

Y así le cuajó al de Juan Pedro tres verónicas y una media soberbias, con los dos talones aferrados a la arena y la cintura y las muñecas dulces. Claro que al momento le replicó Pablo Aguado por chicuelinas, y con una media recreadamente redonda.

Ya muleta en mano, el otro sevillano del cartel prologó con pases de la firma y hondos trincherazos de templado clasicismo una faena que, lamentablemente, se iba a decantar imposible al tiempo que el toro comenzó a rajarse hasta la huida definitiva.

Tampoco Morante pudo sacar mucho más del basto castaño que hizo cuarto, con el que se empleó paciente en llevar despacio a un animal desfondado, lo que logró por momentos, más o menos como le sucedió a Aguado con el zambombo sexto, que a base de defender su escaso celo acabó parándose por completo después de otro bello inicio de faena de corte sevillano.

Claro que, hasta que eso sucedió, el hispalense se encargó de cuajarle de salida cinco o seis verónicas mecidas como una nana, puro aire fresco de otra tarde espesa, pero que no se aplaudieron ni con la mitad de fuerza que los guiños populistas del triunfador de la tarde. Así están, hoy por hoy, las cosas en Las Ventas.