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MADRID / SAN ISIDRO

La oreja y el despojo

La oreja y el despojo

GANADO: Toros de Baltasar Ibán, bien presentados y exigentes en conjunto.

ALBERTO AGUILAR: pinchazo y estocada tendida (silencio); y tres pinchazos, otro hondo y cuatro descabellos (silencio tras aviso).

SERGIO FLORES: estocada trasera y contraria (ovación); y media desprendida y atravesada (silencio).

FRANCISCO JOSÉ ESPADA: casi entera arriba y fulminante (oreja con protestas); y cinco pinchazos (silencio tras dos avisos).

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Es curioso cómo puede cambiar tanto el panorama de la noche a la mañana. Y todo por una disparidad tan flagrante de juicios de valor. De sensibilidades. O de afición. El equipo de presidentes de Las Ventas debería pautar y unificar cuanto antes criterios para que no haya lugar a casos como los de ayer, en el que un torero corta una oreja que, por agravio comparativo a la que le birlaron descaradamente a Fortes el viernes, no tuvo ni el más mínimo peso. La diferencia más clarividente entre un trofeo de ley y un simple despojo.

Y la culpa de esto proviene del palco, porque sería injusto ahora ponerle peros a la actuación de Francisco José Espada, que fue el que tocó pelo, sobre todo teniendo en cuenta el escasísimo número de contratos en las últimas temporadas (este era el cuarto en los últimos cuatro años), y porque, además, más sincero y entregado no pudo estar con un toro, el tercero, fiero y exigente.

Consciente de lo mucho que se jugaba, quiso enseñar todo lo que sabe, quizás demasiado, y eso lleva a veces al desorden, al amontonamiento, que fue lo que le pasó al joven madrileño, que, a su favor, hay que decir que se vació por completo, e, incluso, logró momentos entonados como un par de series a derechas o un cambio de mano por detrás ligado a un natural inmenso.

Pero faltó un mejor planteamiento de faena, una elección más adecuada de los terrenos y no empeñarse en quedarse quieto entre pases para ligar, cuando lo que pedía el «Iban» era perderle un par pasos. Así hubiera salido todo más fluido, menos embarullado, porque a veces es necesario un punto de sosiego y que la cabeza sea capaz de frenar al corazón; pero, claro, eso solo da la experiencia, que, en su caso, es muy poca.

Una casi entera en la misma yema tiró al animal patas arriba, y del mismo efecto empezaron a aflorar pañuelos en los tendidos hasta la concesión de un trofeo que no dejó indiferente a nadie. Y no era para menos. Porque quede dicho por enésima vez que si esta faena era de oreja, la de Fortes del pasado viernes era de rabo. Así de claro.

Este fue el pasaje más destacable de una seria, exigente, fiera y nada fácil corrida de Baltasar Iban, que volvía a Madrid tras dos años, y en la que hubo toros con mucha transmisión, de esos que piden el carné y con los que es fácil verse desbordado.

Fue el caso, por ejemplo, del primero, un animal que midió más que un sastre en las telas de un Alberto Aguilar que hizo el esfuerzo, pero sin eco.

EL CUARTO / Mala suerte tuvo el madrileño en su despedida de una plaza que no siempre le trató de justicia, pues el cuarto fue otro de los que ponen a prueba por la fiereza e, incluso, violencia de sus embestidas. Aguilar anduvo con oficio para solventar la papeleta, pero sin acabar de enfundarse el traje del gladiador que siempre fue.

También volvía a Las ventas al cabo de un lustro el mexicano Sergio Flores, que dio la cara y mostró muy buena imagen con un primero de su lote que, pese a su informalidad, tuvo cierta nobleza por el derecho, y con el que estuvo muy bien plantado en una labor que aunó firmeza y serenidad. Y no pudo resolver nada del otro mundo con un quinto que protestó tela por su manifiesta falta de raza, como tampoco pudo hacer nada Espada con la «prenda» que hizo sexto.

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