Ganado: Cinco toros de La Campana, de aceptable presencia, pero de nulo juego por mansos e inválidos. El tercero fue un sobrero de Juan Pedro Domecq, en el límite de todo, que al menos se movió algo, pero sin aportar nada.

Luis Francisco Esplá: estocada casi entera (palmas); y media estocada (ovación).

Morante de la Puebla: tres pinchazos, media y descabello (silencio); y metisaca, pinchazo y otro hondo (silencio).

Sebastián Castella: pinchazo y estocada caída (palmas tras leve petición); y media tendida (silencio).

Plaza: Alicante, tuvo algo más de tres cuartos de entrada en tarde agradable en la sombra, donde más ocupación hubo, con el sol más esponjado.

Lo de los taurinos no tiene nombre. Ni perdón. No dan una en el clavo. Cuanto más transcendente se presenta la ocasión, peor lo hacen. Parece a propósito. En la fiesta grande de la ciudad, día de San Juan, con un aliciente añadido a ese contexto extraordinario de la tarde, la despedida de Luis Francisco Esplá de su plaza de Alicante, además de estar por medio la televisión, el petardo ha sido gordo.

Fiasco gordo. Pasó lo que se temía, porque lo que mal se programa mal acaba. Falló estrepitosamente la ganadería. Y la culpa no es del todo de los toreros, más bien de sus respectivas "administraciones" (administradores, que no apoderados), que aceptaron bajar la calidad del toro para compensar los sueldos de sus pupilos con el abaratamiento de la ganadería.

Era de esperar que "la Campana no sonara bien. Encaste Domecq en pésimo momento. No había garantías. Su propietario dirige también la carrera de Morante, y por ahí se puede encontrar alguna explicación. Pero qué contrasentido. Lo más extraño es que tragara también Esplá, que en la temporada de su adiós a los ruedos está siendo llevado por los todopoderosos "Choperitas", empresarios entre otras plazas de Las Ventas de Madrid, nada menos. Y detrás de Castella están los más audaces y sagaces taurinos de todos los tiempos, la casa Lozano.

Hace falta ser ingenuo para pensar que con estos toros la cosa podía funcionar. A lo mejor pactaron con la empresa ahorrar en los toros los sueldos de los toreros, y en el castigo han llevado la penitencia.

Una birria de toros, inválidos y descastados, inservible a todas luces. Demasiado correcto estuvo el tendido, que no pasó de las protestas, sólo con silbidos. Cualquier día se calienta el personal más de la cuenta y ocurre algo gordo, pues no deja de ser una provocación. Claro que a la larga, incluso a medio plazo, se empezará a notar.

Están echando a la gente de las plazas. De hecho ya dicen las estadísticas, cuando todavía no se ha llegado al ecuador de la temporada, que ha bajado ostensiblemente el número de festejos respecto a años anteriores. Y no que no vengan escudándose en la crisis, que es precisamente en la diversión y el ocio donde el público encuentra la válvula de escape a las otras preocupaciones. Espectáculo y entretenimiento, no tomadura de pelo. Y con Domecq y sucedáneos, hay lo de hoy.

Es injusto que Esplá no haya podido tener en su tierra la despedida deseada. Ni él ni Alicante se merecían una tarde así. Apenas pudo estar en los detalles con el capote y las banderillas. Su primero estuvo más tiempo en el suelo que de pie. Y el cuarto un marmolillo también sin fuerzas. La contrariedad del torero se reflejó en la renuncia a dar la vuelta al ruedo para recoger los afectos de sus paisanos.

Morante, cuatro pinceladas y un poco también el ridículo ya que su inválido primero casi termina haciéndose el amo en el ruedo. En el quinto no pasó de tirar líneas, lo que se dice hacer proyectos de pases. Vulgaridad e irresponsabilidad compartida con su apoderado.

Castella buscó también un lucimiento imposible con el sobrero de Juan Pedro, más aparente pero en el fondo tan ficticio como los titulares. Domecq al fin y al cabo. El sexto, el colmo de lo malo, no embestía y encima no dejaba desahogos.