Diario Córdoba

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alpes en bici | CUADERNO DE MONTAÑA (10)

Col de l’Iseran, (2.770 m.), qué forma de disfrutar la montaña

El paso natural más alto de Europa, encuentro onírico con un viejo amigo. Soy feliz escuchando el campo

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Col de l’Iseran, (2.770 m.), qué forma de disfrutar la montaña José Juan Luque

Apago el móvil y el reloj, me tumbo al aire. Una de las cosas que más me fascina de esta forma de viajar es que el horario lo marca la salida y la puesta de sol. Abro los ojos por instinto y sigo desconectado. Enciendo el hornillo y voy calentando el té, partiendo el pan, el paisaje se torna revelador, se fue el miedo de la noche, la luz trae seguridad, expando la mermelada de forma anárquica, hay zonas que se quedan sin untar, suelo necesitar dos botes por viaje, caen migajas y aún no sé la hora; eso me da placer y me relaja, no pensar en el tiempo, no tener conciencia de él.

Escucho cada sonido con detenimiento, algo que no puedo hacer cuando me contaminan los vecinos, los coches, el ascensor, las señales horarias, las catástrofes, el microondas. Me fijo en cómo suena la esterilla al recogerla, las varillas metálicas de la tienda al chocar entre sí, la llama continua, pisar la tierra. Soy feliz escuchando cada sonido del campo, aún no hay pájaros despiertos, me pongo los guantes, tengo todo listo para salir. Enciendo el reloj: Las siete y veinte. ¿Desde qué hora llevaré levantado? El cuerpo tiene ritmos diferentes a los que le imponemos. De haber estado en casa, me habría vuelto a dormir.

Me encuentro a Joan y Marina, que vienen de pasear. Hoy es su último día por los Alpes. Tienen que cuidar un huerto y dos niños. Me pregunto si un niño cambiaría mi visión de las montañas. Durante un viaje no me gusta estar pendiente de alguien. No tener que dar explicaciones me abre muchas puertas. Hace unos años intenté subir el col de l’Iseran. Leo que es el paso natural de montaña más alto de Europa: 2.770 metros. Ese día pasaba el Tour de Francia por allí y la policía nos cortó el paso. Fue frustrante. Más tarde hubo una granizada que reventó la carretera. Se suspendió la etapa. 

Desde entonces sueño con ese puerto, me lo he imaginado cientos de veces, lo he visto en fotos, todas con mucha envidia, me he metido en Google Maps, he ampliado la carretera. Col de l’Iseran, me dolía ver su altura, ansiaba estar allí. Identifico la recta donde nos paró la gendarmerie y a partir de ahí noto cierto temblor, el temblor de la novedad, de la deuda saldada, el temblor por sus barrancos, por sentir que estoy culminando otro deseo. No hay que dejar deseos en el bolsillo. Tengo hambre. Hay paradas de las que no espero mucho. La de Bonneval-sur -Arc es mágica. Exprimo la plaza de piedra: pan, mufin, brownie, galletas. Seis euros con veinte. Me hago un bocadillo de queso, saco las nueces. Hay una fuente de agua helada. Adoro lo que tengo. Solo me decepciono cuando descubro que el muffin no está relleno de chocolate, sino de fresa. Creo que he comido demasiado y por eso no me noto tan ágil. Puede que sea la primera vez en el viaje que estoy en superávit.

Dos segadores descansan fumando junto al arcén. Una pareja de ancianos despliega sus sillas frente a uno de los glaciares que sobrevive. Sin estaciones de esquí, sin apenas gente, esta cara de la montaña resulta pura, inescrutable, deliciosa. Voy notando el paso de los días. La última recta cuesta remontarla, la carretera desemboca en un precipicio, el viento es muy fuerte, el l’Iseran da vértigo, aire frío, misterioso, en la cima, una iglesia de piedra maciza con una gigantesca virgen, la cara mustia, yo en las nubes, me cuesta desprenderme de las cimas, pero abajo me esperan Pepe y Cris. ¿Por qué no les hago un retrato? ¿Por qué a veces regalamos más a los desconocidos que a nuestra familia? Todo en nuestro encuentro es digno de una foto: los aperitivos, el salchichón, la cerveza sin alcohol, el vino rosado, el arroz, el pollo, la manzana con yogur. Me regalan chocolate y se van a dormir a su furgoneta mientras yo monto la tienda frente al lago de Tignes. Los tengo cerca, noto su calor, pero también una extraña y agradable sensación de soledad. 

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