Yo antes era un viajero mapa. Trazaba una línea y la seguía sin salirme. Ahora soy un viajero brújula. Tengo el mapa, tengo el destino y tengo líneas dibujadas, pero me salgo mucho. ¿Cuántos caprichos nos permitimos? Trato de aprender a no descartar nada. Aprendo cada vez que me desvío. Hay desvíos que me pierden. Encontré un bocadillo de panceta en uno de esos desvíos.

Cuando me despierto creo que no he dormido nada. Son las 6 y 59. Amanece. Los tonos del mar cambian por segundo. ¿Cómo he llegado hasta aquí? ¿Cómo se retiene un momento sublime? Miro al Mediterráneo, estamos los dos solos, no hacemos nada, él escupe olas mansas y yo voy abriendo los ojos. Me quemo al beber la infusión, sigo aprovechando los aguacates de Vicente para el desayuno. Me subo a la bici. Un pedaleo silencioso por la Nacional 340, pueblos almerienses que jamás había escuchado: El Lance, Castillo de Baños, La Mamola, Los Yesos, Melicena. Ángel y Gregorio hacen una pausa en su paseo. Ángel mira al mar, Gregorio fuma, la perra mea. Antes contaban los camiones que pasaban por su calle y no les daba tiempo, y los bares abrían 24 horas, y no conocían la quietud que esta mañana de diciembre les sepulta.

"¿Tenemos ansiedad por vivir? ¿Por cambiar? Por evitar entrar en El Ejido me meto en un laberinto de invernaderos y me pierdo"

Paro en La Rábita a por una tostada de sobrasada y un descafeinado, que supongo será mi única comida hasta la noche. En la terraza del Rincón de Guillermo, una chica, tacones y camisa negra, bufanda, rebeca, pantalones de cuadros, moño. La melancolía se esconde en su pequeño bolso marrón. 

Cala de la Garrofa (Almería), al amanecer, el 30 de diciembre de 2021. JOSÉ JUAN LUQUE

Una vez pasé por aquí en una carrera ciclista; iba demasiado rápido. ¿Tenemos ansiedad por vivir? ¿Por cambiar? Por cambiar me doy una buena hostia. Por evitar entrar en El Ejido me meto en un laberinto de invernaderos y me pierdo. Enciendo Google Maps y es peor. Vuelvo dos veces al mismo punto. Un trabajador me señala la salida, pero el laberinto no acaba, simplemente se vuelve más ancho. Hago una foto. Hacer fotos en momentos críticos me relaja. ¿Algún día se me acabará la flor? Oigo jarana. Es Manuela, matriarca de una familia de currantes que celebra las Moragas, una fiesta de Roquetas que conmemora la llegada de los pescadores en fin de año. Me sirven un bocadillo de panceta, otro de chorizo y con el de lomo ya no puedo. “Quédate, que aquí no te va a faltar de nada”. No me quedo porque quiero dormir en la playa.  

Una familia de currantes celebra Las Moragas, una fiesta que conmemora la llegada de los pescadores en fin de año

Aún no he salido de los invernaderos y si no es por Ali, un joven de Nigeria que reduce la marcha de su motocicleta y me acompaña hasta entrar en Roquetas, no sé dónde hubiera acabado. Respiro al volver a la Nacional 340. En un viaje tienes sentido de pertenencia incluso con una carretera.

Un chiquillo me hace aspavientos. Se llama Francisco, camina con su madre, me atiborra a preguntas y al acabar llega a una conclusión: «Mamá, tenemos que hacerle una foto, es un experto en supervivencia». 

Paisaje entre la playa Rijana (Granada) y Castell de Ferro (Almería), el miércoles 29 de diciembre de 2021. JOSÉ JUAN LUQUE

Me hacen la foto preparándome para meterme en el mar, en la cala de la Garrofa, desde la altura del acantilado, ya sin rayos. Se la mando a mi madre. 

- Ese soy yo a punto de ducharme. 

- ¿Ducharte dónde? Si te refieres a bañarte en el mar, ¿dónde te quitas la sal luego?

Mi madre tiene la extraña habilidad de hacerme preguntas que nunca me había planteado.

Francisco, en la cala de la Garrofa (Almería). JOSÉ JUAN LUQUE

Junto a la cala hay un coqueto y diminuto camping. No sé si me apetece compañía. Se mezclan siete alemanes, una rumana y dos españoles. Encienden una hoguera, pese a las quejas de la dueña del camping: salchichas, costillas, sopa, vino y anís, que los alemanes beben como si fuera agua; no me muevo de las brasas. Daniela me ofrece una hamaca que cuelga de dos árboles. Me meto en el saco con dificultad, me balanceo demasiado y creo que no voy a poder dormir. Estreno la manta térmica. Son las doce y cuarenta. «¿Estás cansado, verdad?».