Carmen ya ha cocinado los calamares rellenos que tanto les gustan a sus hijos y prepara la sopa de rape que cenarán en Nochebuena. Las habitaciones están listas para la llegada de la familia; las sábanas y toallas, preparadas y los regalos de Reyes, comprados. La Navidad aún tiene nombre de mujer: las fiestas suponen un esfuerzo y una carga mental extra para ellas, que vuelven a desvivirse para cuidar y reunir a los suyos.

Compras, limpieza, coladas, planificación, regalos... El trabajo de cuidados se multiplica y cae, en gran medida, sobre los hombros de las mujeres.

"En mi casa, nos encargamos de todo mi madre, mi tía y yo. Desde quién piensa lo que se va a hacer a quién lo compra, lo prepara, lo pone y lo recoge. Somos nosotras. Mi padre, mis tíos, mis primos y mi hermano no se encargan de nada, ellos exigen", explica Elisabeth, historiadora de 37 años.

"La carga de la Navidad la llevamos nosotras y eso genera más cansancio mental que físico", reconoce Pilar, profesora de inglés jubilada.

En vísperas de Nochebuena, Carmen, Elisabeth y Pilar han hablado con EL PERIÓDICO DE ESPAÑA sobre el desigual reparto de los preparativos navideños, aún lejísimos de la corresponsabilidad, sobre la carga mental que esto le supone a las mujeres y sobre cómo ellas no sólo se encargan de la casa y la comida, sino que espolean los lazos afectivos y actúan de pegamento para que la familia se reúna cada año.

"Creo que somos nosotras las que mantenemos a la familia unida en Navidad. En mi caso, desde mi abuela, a mi madre hasta a mí y ya mismo le tocará hacerlo a mi hija mayor, aunque su marido es muy competente", sostiene Carmen, trabajadora de banco jubilada.

Dar de comer a los tuyos es una forma de amar

Carmen confiesa que estas fiestas le estresan muchísimo, sobre todo le agobia planificar las comidas. Mañana, llegarán a su casa sus dos hijas con las parejas, dos nietos, su hermana y su cuñado. "Voy comprando los ingredientes con semanas de antelación y los regalos de Reyes empecé a comprarlos hace meses", indica esta jubilada previsora.

"Me agobia no tener controlada la comida y también que puedan surgir discusiones en la mesa", afirma. Su marido participa en los preparativos poniendo la mesa, acompañando a hacer las compras, cortando el embutido o limpiando el marisco y el pescado. "La familia se podía poner más las pilas", dice. Carmen bromea con ponerse en huelga y reconoce que le encantaría pasar un fin de año con su marido en un lugar en el que se lo dieran todo hecho.

"A mí me gusta mucho volcarme en la preparación de las comidas porque es una forma de vertebrar el afecto, una forma de amar, una forma de dar. En esta familia hemos socializado alrededor de la mesa y la comida ha dirigido mucho nuestra vida", cuenta. Tanto se vuelca y se lía en la cocina que la noche del 24 de diciembre es la única que se sienta a cenar sin arreglar, y muchas veces termina comiendo el plato frío.

Ha sido un año duro para la familia y esta será la primera Navidad que Carmen pase sin su madre, que además cumplía años el 24 de diciembre. El año pasado, no hubo celebración por culpa de la pandemia. La Navidad le parece la época más bonita del año porque puede reencontrarse con sus hijas y sus nietos, que viven lejos, y porque le encanta hacer regalos a las personas que quiere. El esfuerzo, dice, le compensa.

Una época estresante

La ilusión por pasar tiempo con su nieto, al que ve poco durante el año, es el motor de Pilar para afrontar la Navidad, una época que le produce cierta pereza y bastante estrés. "Pensar qué comemos, qué cenamos, tener que adornar la casa, salir a las compras es estresante".

"Siempre me han encantado las navidades, sobre todo cuando mis hijos eran pequeños, pero cuando empiezan a faltar personas queridas, los padres, ya es otra historia. He decorado la casa porque mi nieto me dijo que quería tener un árbol, le gustan las luces y lo he hecho sobre todo por él", apunta.

Tiene las compras hechas, la pularda encargada. Le agobia que le pille el toro y reconoce que cuando pasan las fiestas termina cansada: "Cuando ya han pasado dices 'buf'".

En su casa han llegado a juntarse hasta veinte personas, "un trajín", y aunque Pilar cuenta con el apoyo de su marido para poner la mesa o hacer compras, es ella la que se implica más en la organización y preparación.

"Todavía creo que es la mujer la que lleva la Navidad, la que hace por cocinar y por que la familia se junte, la que mueve cuanto sea necesario", asevera.

"Me cojo unos cabreos monumentales"

Elisabeth pertenece a una generación más joven que Carmen y Pilar. Acaba de coger el tren desde Madrid para ir a su pueblo de Ciudad Real a pasar las fiestas con su familia y es muy crítica con el desigual reparto de tareas que asumen las mujeres.

En casa de sus padres se juntan alrededor de veinte personas: abuelos, tíos, hermanos, primos, nietos. "No sólo es el día de Nochebuena y la Navidad, son muchos días. El 26, el 27, el 28 también se come y se cena y así hasta el siguiente festivo. Es preparar mucho, para muchos días y para mucha gente".

Su madre, su tía y ella son las encargadas de tenerlo todo preparado. Y ese todo engloba la alimentación y la organización de la logística doméstica: calentar las habitaciones, prever que las camas estén vestidas, la ropa limpia, el cuidado de los abuelos...

Hasta en la disposición de la mesa en la cena de Nochebuena se evidencia la desequilibrada implicación de los comensales en las tareas en función de su sexo: los hombres se sientan al fondo, lejos de la puerta, y las mujeres junto a ésta, para tener más facilidad para llegar a la cocina.

"Todos los años es igual, ellos al fondo y nosotras junto a la puerta y al lado de los abuelos, porque son mi madre y mi tía quienes los atienden. Los hombres se sientan los primeros a la mesa, se les consulta lo que quieren beber y toman la primera ronda. Con la excusa de que están al fondo y no pueden salir, no se mueven en toda la cena", se queja Elisabeth.

Además, en su pueblo hay tradición de salir de cañas la tarde del 24 de diciembre, y los hombres vuelven a casa a mesa puesta.

"Me cojo unos cabremos monumentales y les pido que también trabajen, aunque mi madre no quiera. Por lo general, pasan olímpicamente. Mi madre me llama la atención y me dice que qué más me da, que qué trabajo me cuesta. Lo tienen tan interiorizado que no hacen nada para cambiarlo y al final me encargo porque, si no ayudo, lo asumen todo ella y mi tía", subraya.

Queda tanto por cambiar. "La Navidad tiene nombre de mujer, siempre, para todo. Tenemos que seguir tragando y yo no quiero tragar", concluye Elisabeth.