Los campos de refugiados de Calais se han ido desmantelando desde el 2002, pero el número de clandestinos en busca de un país de acogida continúa como lo hacen las guerras y la miseria en sus naciones de origen. El nuevo campamento levantado desde abril pasado en un terreno municipal de Calais de 18 hectáreas agrupa a unos 2.000 sudaneses, eritreos, afganos y paquistaníes. Ha sido bautizado como la "nueva jungla" o el "Sangatte sin techo" porque, a diferencia del campamento de hace trece años, éste no está ni cubierto y adolece de la mayoría de servicios. Es la consecuencia de haberlos desalojado en primavera del centro de la ciudad, donde se repartían por nacionalidades.

Ahora, en la "jungla", las oenegés siguen prestando su ayuda y repartiendo comida aunque el dominio sea mucho mas grande. Durante el día, también está abierto el centro de acogida Jules-Ferry del Estado que dispone de sanitarios y enfermería, acoge a mujeres y niños y tramita las demandas de asilo.

Cada noche, desde esta zona a nueve kilómetros, los hombres caminan dos horas y media hasta el municipio limítrofe de Coquelles que alberga la terminal francesa del Eurotúnel. El puerto de Calais es un destino ahora menos frecuentado por mayores medidas de seguridad y una huelga de la cooperativa francesa que paraliza los ferrys.

Las personas en marcha son medio millar, que en grupos de diez saltan las alambradas y esperan la salida de alguno de los convoyes ferroviarios que transportan turismos y camiones. Antes de que se carguen los camiones, intentan esconderse dentro o subirse una vez en marcha. En esta peripecia, se juegan la vida por el peligro de ser aplastados por un camión en movimiento, los propios vagones a 30 o 50 kilómetros por hora o una descarga eléctrica de la catenaria.