A penas necesitan unos minutos para manejar con insultante habilidad cualquier dispositivo que caiga en sus manos. Son adolescentes, nativos digitales acostumbrados a someter a su voluntad el potencial de todo tipo de artilugios porque forman parte de su vida desde mucho antes de tener uso de razón. Pero en ocasiones, internet y sus redes sociales les absorben de tal manera que son toda la realidad de la que quieren rodearse. Es un problema minoritario, que no llega al 10% del total de consultas que atiende los servicios de psicología infantil y juvenil, pero cuando estalla obliga a las familias de los menores a buscar ayuda profesional, muchas veces con un recurrente sentimiento de culpa por no haber sabido detectar a tiempo la ciberadicción.

Los expertos coinciden en relativizar el problema, cuyo incremento circunscriben al auge de la tasa de penetración de las nuevas tecnologías. Pero también hay consenso en subrayar que la adolescencia es la etapa más vulnerable, en la que es más factible que se revele este problema. "Es un periodo convulso, cuando el carácter aún no se ha formado, con desequilibrios emocionales, mucho tiempo libre y pocas responsabilidades", resume Pere Marqués, profesor de pedagogía aplicada.

LA SEDUCCION DE LA RED La tasa de incidencia de este problema en España ronda el 1,5% en los procesos más graves, una cifra similar a la media internacional, según revela Susana Jiménez, jefa de la unidad de juego patológico, pero el riesgo de desarrollar la conducta adictiva es mayor para los jóvenes de aquí que para los de otros países europeos. Un 21,3 % de chicos españoles de entre 14 y 17 años hacen un uso abusivo del ciberespacio, según un estudio de la Unión Europea difundido esta semana que ya ha puesto en alerta a colectivos como las Asociaciones de Padres de Alumnos.

La amenaza se torna drama cuando el adolescente "empieza a desatender sus obligaciones y actividades habituales, y deja de compartir tiempo con familia y amigos para dedicarlo cada vez más a internet", resume Jiménez. Indicios más concretos que suelen aparecer en los casos más graves son la "falta de autocontrol" sobre el tiempo de conexión, "mentir a los padres sobre la duración real de la sesión", "la irritabilidad o agresividad" si no se le permite participar en redes sociales y juegos on line, así como un descenso en el rendimiento académico, según Atención e Investigación de Socioadicciones (AIS).