Una semana después de que la tierra temblara y el mar se abalanzara sobre el noreste de Japón, el número de muertos por la catástrofe confirmados alcanza casi los 7.000. Los primeros días fueron apareciendo cadáveres a centenares entre los escombros o en las playas y dicen las crónicas locales que las funerarias de la zona no dan abasto. Sin embargo, apenas se han visto fotografías o imágenes de televisión de cadáveres, y en las que hay se hace necesario imaginar que aparece un cuerpo humano sin vida.

Esta invisibilidad de los muertos no es nada nuevo en Japón, donde los medios de comunicación casi nunca muestran imágenes de restos mortales. En parte, se puede explicar la ausencia de cadáveres por un antiguo tabú en la sociedad nipona y en su religión ancestral, el sintoísmo, que consideraba impuros los cuerpos sin vida de personas y animales, y reservaba las labores funerarias a su casta más baja.

Posiblemente, ese prejuicio se interiorizó en la cultura y ha automatizado una prevención hacia los cuerpos muertos en generaciones que ya no conocen de castas. La exposición de cadáveres en los medios occidentales es algo que deja perplejos a los japoneses de hoy en día. "¿Te gustaría que te mostraran así?", te preguntan los japoneses ante una imagen de una masacre o un accidente con víctimas en un diario occidental.

Esa cuestión es importante. Porque en Japón la muerte no se oculta: quien haya visto Despedidas, ganadora de un Oscar en el 2009, sabrá que en los ritos funerarios nipones el cuerpo del finado tiene una presencia mucho más central que en los occidentales. Pero el aspecto del fallecido es esencial, ya que la ceremonia es una oportunidad de mostrarle respeto y despedirlo con la dignidad que merece. Ese es el motivo por el que no hemos visto despojos humanos y por el que sí hemos visto a familiares llorando, pero casi siempre sin desesperación, sin perder el decoro.