Jerónimo Navarro, guardián de la efigie desde 1961, abre una puerta de madera y ahí, en un depósito de la casa del marqués de Villagracia, donde siempre se ha guardado, está Mahoma. La Mahoma, pues todos en Biar utilizan el femenino para referirse a esta figura, aunque no sepan decir por qué. Es un enorme muñeco de madera y cartón, vestido con un traje amarillo, verde y rojo. Lleva barba y un turbante con una media luna. Carga con una cimitarra en la mano derecha y un catalejo en la izquierda. Tiene dos zancos por piernas. "Es que le faltan las botas", aclara Navarro.

Poco después llega José Martínez Merí. Ejerce de concejal de Deportes en Biar, pero, sobre todo, es la madre de Mahoma, como lo fueron antes su abuelo y su bisabuelo. Durante las fiestas de moros y cristianos, Martínez se traviste y, al igual que todas las buenas progenitoras, acompaña a su hija, el muñeco. "Todo el mundo tiene que tener una madre", dice entre risas, como cuenta entre risas que los preescolares del pueblo visitan de vez en cuando a la efigie, a la que los niños otorgan vida propia. Entonces Navarro, el custodio, les enseña los amplios jardines de la casa del marqués y les dice: "Mirad, aquí es donde se baña la Mahoma y por aquí pasea y juega al tenis".

La madre de la Mahoma es una figura que no se halla en otros pueblos de esta zona. Pero es que Biar mantiene una sorprendente relación con la efigie que comparte nombre con el profeta. Lejos de explotarlo o lanzarlo al vacío, aquí el muñeco provoca sentimientos que bordean la veneración.

Paquistaníes en la fiesta

"No tenemos miedo porque no damos motivo. Quizá alguien pueda sentirse ofendido, pero nosotros no hacemos burla. Para Biar, la Mahoma es muy importante", explica Martínez, quien hace tiempo tenía como compañeros de trabajo a cuatro paquistaníes. "Ellos se ponían sus túnicas y desfilaban con nosotros", recuerda.

Varios meses al año, Biar cede la efigie a la vecina Villena, que también la usa en sus fiestas de moros y cristianos. Solo en una ocasión ha habido problemas durante las últimas décadas. Ocurrió en 1983, cuando, no se sabe si intencionadamente o de forma fortuita, la Mahoma apareció una noche quemada en Villena. Una delegación de Biar se desplazó entonces hasta esa localidad, recogió las cenizas que quedaron de la Mahoma, las guardó en un cofre y las llevó a su ayuntamiento, donde hoy pueden verse los restos. El mismo día, Martínez, tan en serio como en broma, pidió una baja en su centro de trabajo. Estaba de luto. Se había muerto su hija, la Mahoma.