La hermandad del Vía Crucis tuvo penitencia y recompensa, ambas cosas a la vez, durante su paso por la nueva carrera oficial, que ayer se bloqueó en parte por un problema de aglomeraciones en la Cruz del Rastro. Eso obligó a la hermandad a ralentizar enormemente su paso y a verse acompañada por multitudes más tiempo de lo preciso, lejos de las estrechas e íntimas calles de la Judería, de los altares montados a lo largo de su recorrido (una tradición ya plenamente recuperada gracias al esfuerzo de la hermandad), demasiado cerca de las bandas de música de otras cofradías y echando de menos espacios recogidos donde los tambores roncos tienen un sonido aún más estremecedor. Eso sí, en el centro de la lentísima carrera oficial de ayer, como una especie de recompensa espiritual, los hermanos del Vía Crucis se reencontraron una vez más con la Catedral. Y luego, por supuesto, quedaban muchas calles de la Judería para cumplir con el piadoso rezo del Vía Crucis. Eso sí, con cierto retraso acumulado.