Alguien comentó con un suspiro que le salía del alma: ¡qué pena de Semana Santa! La peor desde hace muchos años, meteorológicamente hablando, con tanta lluvia, y cofradieramente hablando, con la suspensión de la mayor parte de las estaciones de penitencia, tras tantos desvelos, tantos preparativos, tantas ilusiones. Pero, justamente, eso será lo que nos quede, los preparativos, el trabajo intenso y generoso; los desvelos para que todo estuviera a punto; las ilusiones de ese día soñado, de esa noche de recorrido por las calles cordobesas. Nos queda, por tanto, la esencia más viva de la religiosidad popular. "A través de ella, nos decía el Papa emérito Benedicto XVI, allá por abril del 2011, la fe ha entrado en el corazón de los hombres, formando parte de sus sentimientos, costumbres, sentir y vivir común". Por eso, subrayaba, "la piedad popular es un gran patrimonio de la Iglesia". He aquí este Decálogo que nos condensa lo que significa y representa la religiosidad popular, y que puede iluminar el horizonte de nuestras hermandades y cofradías, precisamente, en una Semana Santa que no nos ha permitido ofrecer esa piedad popular en sus vertientes más coloristas, más estéticas, más bellas, más hermosas. Primero, hemos de tomar completamente en serio el fenómeno de la religiosidad popular, que tiene una profunda raíz antropológica, no siendo el hombre un ser "naturalmente ateo".

Segundo, la religiosidad popular, como todo aquello que hace o pertenece al hombre, está sometida inexorablemente, a luces y sombras. Esto exige una permanente actitud de discernimiento.

Tercero, hemos de aceptar la religiosidad popular como un fenómeno religioso innegable e importante, tanto desde el punto de vista cuantitativo como desde el punto de vista extensivo.

Cuarto, hay que adoptar en el acercamiento a la religiosidad popular una actitud lo más objetiva posible, superando cualquier prejuicio; hay que proceder con la mayor objetividad posible para valorarla en su justa medida: ni superficialidad o ausencia total de actitud crítica, ni moverse por prejuicios. Quinto, hay que superar una doble tentación: la aceptación acrítica del fenómeno, incluidas sus exageraciones o acercarse a él desde una actitud negativa preconcebida.

Sexto, hacer la crítica desde dentro, es decir, desde un conocimiento personal y directo del fenómeno y de sus diversas manifestaciones y expresiones.

Séptimo, hay que tener claros los puntos de referencia a partir de los cuales se juzga el fenómeno y se trata de rectificarlo o reconducirlo.

Octavo, distinguir claramente, para no confundirlos en ningun momento, los conceptos de religiosidad y de fe . ¿Cuáles son los núcleos de la fe que debe orientar la religiosidad popular para que sea cristiana?

Noveno, hemos de aceptar la religiosidad popular cuando está seriamente orientada como cauce real y eficaz de una verdadera evangelización.

Décimo, hay que conocer suficientemente el magisterio de la Iglesia acerca de la religiosidad popular.

Resulta indispensable conocer esta doctrina del magisterio para poder valorar un fenómeno que, de todas formas, no puede pasar inadvertido.