El primer día de noviembre celebramos siempre la Solemnidad de Todos los Santos. Es una época en la que ya hay castañas, y dulces para la fiesta como los huesos de santos. Cuando celebramos un santo nos damos cuenta de que es un gran ayudante, un intercesor. Por eso la alegría de esta fiesta es enorme, pues son todos ellos, los que se ofrecen a ayudarnos simultáneamente. Son una multitud inmensa, entre los que se encuentran también de los de nuestra propia ciudad, y nuestros antepasados. Se suele decir que el primer santo canonizado por el Señor es el buen ladrón. Poco antes de morir Jesús le asegura que estará ese mismo día, junto a Él, en el Paraíso. Al final esto es lo único que de verdad merece la pena. Lo único importante de nuestra vida es que lleguemos al Cielo. Y nunca mejor dicho lo de que más vale tarde que nunca. Por eso el buen ladrón, con su arrepentimiento, ya no es Dimas el ladrón, sino san Dimas.