Diario Córdoba

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Miguel Ranchal

Malos humos

Milito en la ingenuidad del no fumador. Nunca he concebido que la inhalación de humo pueda ser placentera. Tampoco hice bandera de ese rechazo como un signo de madurez, mientras otros compañeros le daban caladas a la pubertad para marcar su hombría. Simplemente era cuestión de pragmatismo: los cigarrillos eran caros y la nicotina perniciosa.

Hay mucho humo en este ascenso de los extremismos. Ese humo pretencioso es el que se va apoderando de la atmósfera europea. El populismo vende el humo apoyado en una falaz historiografía, así como en la seducción que se consigue con un buen manejo de los soportes telemáticos. Hasta ahora asociábamos a la ultraderecha con la iconografía de la casposidad; y por este desdén ha colado su mensaje a través de una mendaz telegenia. En Francia se echan pelillos a la mar los desbarres del clan Le Pen, más moderada su lideresa y como delfín un veinteañero que simboliza el giro de buena parte del votante joven.

Erik el Rojo y toda la cúpula del Mayo francés quedarían patidifusos al comprobar esa ósmosis de radicalidad, pues un nada desdeñable porcentaje de la juventud la vestiría hoy de idearios neofascistas. Muy triste que en el 80 aniversario del desembarco de Normandía, más del 30% de los votantes galos haya empatizado con el Gobierno de Vichy.

Vox, Reagrupación Nacional, Hermanos de Italia, Alianza por Alemania... Todos quieren regresar a la vieja Europa, al ombliguismo suicida del Estado Nación que exhibía su patriotismo en uniformes pintureros que se desgarrarían en las trincheras de Verdún.

Paradójicamente, a raíz de los últimos comicios y a pesar de este clima tan enrarecido, de los grandes España es el país más europeísta. Más del 65% de los votantes se ha decantado por uno de los dos partidos con vocación de afianzar la Unión Europea. Pactos en Bruselas entre socialistas y conservadores, tónica que a la luz de los resultados se mantendrá en las instituciones comunitarias. Y lucha de barro sin cuartel para la desesperación doméstica.

El sanchismo se ha aferrado a una máxima funambulista -de derrota en derrota hasta la victoria final-, pero ese juego erosionante necesariamente afecta a la gobernabilidad. Debería comenzar a abocinar esa categorización de extrema derecha al partido filial de Von der Leyen y trasladar al ámbito nacional la coherencia de unos pactos que, a pesar de ese trompeteo de demagogias, han robustecido la construcción de Europa. Dos requisitos para revertir esa tendencia de partido menguante: vocación de centralidad y apertura de puentes para que el consenso se fragüe en el sentido de Estado. Hay que evitar los malos humos, que solo sirven para enturbiar.

*Licenciado en Derecho. Graduado en Ciencias Ambientales. Escritor

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