Opinión | A pìe de tierra

Agua para la Córdoba histórica (y V)

Uno de los edificios más emblemáticos por su relación con el agua es el Molino de la Albolafia

El primero en llevar agua potable hasta el alcázar andalusí fue Abderramán II (822-852). En 940 construiría otro ‘qanat’ Abderramán III, iniciativa que conmemora una inscripción conservada en el Museo Arqueológico de la ciudad. Estas aguas, que debían abastecer las estancias regias, los baños, los jardines y la ‘rawda’ o panteón real, salían después del palacio a través de la Fuente de la Celosía, de uso público, coincidente quizás con la Puerta de la Justicia, en la fachada meridional del complejo, junto al ‘rasif’, una zona muy transitada. De la importancia de tales iniciativas y el aspecto que debieron tener las estancias palaciegas de emires y califas nos dan ideas algunos textos, como éste de al-Maqqari (Naft al-tif II, 11-13), autor que vivió entre 1578 y 1632: «Los emires construyeron en su alcázar verdaderas maravillas; levantaron monumentos extraordinarios y bellos jardines que regaron con aguas traídas desde la serranía de Córdoba, a grandes distancias, por medio de enormes tuberías que llegaban al norte del recinto. Luego las aguas llegaban a cada patio a través de tuberías de plomo y salían al exterior de diferentes formas, y eran de oro, plata y cobre llenando los enormes estanques, las bellas albercas y los maravillosos zafareches con pilones de mármol romano de bellísimos dibujos». Los pilones en cuestión fueron en su mayoría sarcófagos romanos reutilizados, y algunos de los canales hoy conocidos ‘--qanat’s--’ servirían no para el abastecimiento de agua, sino para la evacuación de la misma.

Uno de los edificios más emblemáticos de la ciudad por su relación con el agua es el denominado Molino de la Albolafia; muy desvirtuado en su estado actual. Los autores de los siglos XV y XVI atribuyeron su construcción «a los moros», y una parte de la comunidad científica coincide en imputarla a los almohades --finales del siglo XII o comienzos del siglo XIII-- con el fin de llevar agua para riego al Alcázar --primero a una alberca y, más tarde, mediante un caño sostenido por arquerías--, tras la ampliación de éste que realizaron los norteafricanos. Según R. Córdoba, en cambio, la noria habría sido colocada en el siglo XIV; momento al que remiten los sellos en los que aparece la Albolafia y que han servido de base al escudo de la ciudad. Esta última teoría vendría a reforzar la hipótesis de R. Blanco, para quien el edificio original sería un palacio califal.

A diferencia de los romanos, parece confirmado que los gobernantes andalusíes no realizaron obras públicas de abastecimiento colectivo a la población. Tampoco está probada la existencia de aguadores o azacanes, muy citados por ejemplo en Sevilla o Toledo. La ciudadanía, debió, pues, servirse básicamente de pozos. Con todo, los textos confirman la existencia de varias fuentes urbanas, heredadas de época romana o ‘camufladas’ hoy bajo otras de cronología bajomedieval o moderna. Tal podría ser la Fuenseca, quizá, según G. Pizarro, identificable con la ‘Ayn Farqad’ citada por los textos al este de la muralla de la Medina, aun cuando su construcción oficial remite a 1495. La conducción que la alimentaba --quizá un ‘qanat--’ partía de un pozo situado bajo el convento de las Dueñas. También las grandes residencias suburbanas (almunias) y las explotaciones agropecuarias extramuros --con frecuencia, instaladas sobre antiguas fincas romanas-- debieron abastecerse mediante pozos y norias, combinados con canales y acequias para riego. A ellas debieron pertenecer muchas de las conducciones de origen islámico constatadas arqueológicamente en los alrededores de Córdoba. Las aguas sobrantes nutrirían probablemente fuentes públicas -en ocasiones, fundaciones pías- que ayudarían al abastecimiento de los arrabales, como ha estudiado B. Vázquez.

Por fin, aun cuando las fuentes escritas no aluden a ello, epatadas quizás por la grandeza de la ciudad, el abastecimiento de agua a Medina Azahara fue posible gracias al ‘Aqua Vetus’ romana, revitalizado por los andalusíes y reforzado con nuevas aguas procedentes del venero de Vallehermoso. Para ello, se reedificó la ‘arquatio’ de Valdepuentes y, en un punto cercano al nordeste de la nueva ciudad palatina, se derivó un ‘qanat’ de nueva construcción del viejo acueducto romano. No se conoce el sistema de regulación del agua antes de entrar en aquélla, pero sí la conducción intramuros, de sillería con revestimiento interior de mortero pintado a la almagra. Terminaba en una alcubilla desde la que, tras abastecer al alcázar, se redistribuía terraza a terraza con la ayuda de sifones para el llenado de las albercas y fuentes y el riego de los jardines; fuentes que utilizaron en muchos casos como pilones sarcófagos de mármol romanos.

En síntesis, arqueología y fuentes escritas sólo han contribuido a restituir la red histórica de abastecimiento de agua a Córdoba de manera parcial. Más allá, pues, de la información que obra ya en los archivos de EMACSA, se hace imprescindible una cartografía exhaustiva de los restos documentados con ayuda de las nuevas tecnologías (SIG, LIDAR, fotogrametría…), y una re-lectura patrimonial actualizada y diacrónica de dicha red, que se cuenta entre las más complejas, completas y eficientes de España.

* Catedrático de Arqueología de la UCO

Suscríbete para seguir leyendo