Opinión | PUNTO Y COMA

Su móvil, mi sueldo

Entre los profesores que comenzaron a ejercer la profesión en Andalucía, es común encontrar a quien dio a parar en el Campo de Gibraltar con su maleta cargada -casi siempre- de ganas de trabajar. Hay quienes prefieren esperar un poco más en casa, por si la Administración tiene a bien ofrecerles una vacante en el colegio o instituto de su barrio, y hay a quienes no les importa dar más vueltas que una peonza con tal de ocupar un puesto de trabajo que, de otro modo, podría tardar en llegar demasiado tiempo. La que firma este artículo se incluye entre las afortunadas que cuentan en su trayectoria vital el haber salido como alma que lleva el diablo hacia Algeciras, para comenzar un camino lleno de curvas que un día puede conducir, o no, a casa. Asimismo, quien escribe estas líneas conoce lo que significa trabajar en otros pueblos de la costa andaluza en los que es normal que un alumno cualquiera espete el día menos pensado: «Profesora, mi móvil cuesta lo mismo que tu sueldo». O incluso: «¡Tú! Mi padre gana en una noche lo que tú en un mes». No estamos hablando de una sustitución de dos semanas, sino de muchos años en los que lo vivido le alcanza a una para conocer la idiosincrasia y el modus vivendi de poblaciones costeras en las que los niños, que pronto dejan de serlo, recorren la estela que marcan los barcos de sus mayores.

El asesinato de dos funcionarios del Servicio Marítimo de la Guardia Civil de la Comandancia gaditana la noche del 9 de febrero en el puerto de Barbate podría animar a quien osase emular a García Márquez a escribir una nueva versión de ‘Crónica de una(s) muerte(s) anunciada(s)’. Ocurrida la desgracia, se pueden hacer varias lecturas. Desde el punto de vista de quienes ya no están y, principalmente, de sus familiares, lo ocurrido es irreparable y no hay palabras de consuelo para quienes ahora deben volver a aprender a caminar. Con respecto a la gestión del ministro del Interior de España, ¿qué se podría decir de quien desmanteló hace dieciséis meses la unidad de élite que trabajaba como cuerpo de choque contra el narcotráfico en el Estrecho? (Por cierto, el fiscal general del Estado dice que el señor Grande-Marlaska no informó de que había eliminado dicha unidad de élite). Basta con mirar a su jefe, que, un solo día después, volaba desde la capital hacia donde se puede llegar en bicicleta sin ser Induráin.

Dejando al margen a los políticos, podemos dedicar un espacio más amplio al pueblo ofendido porque ahora se les relaciona de manera unívoca con el ‘narco’. Es obvio que no se puede etiquetar a un pueblo, nación o raza por lo que haga una parte, en un ejercicio de ‘sinécdoque’ -‘tomar el todo por la parte’-; pero de ahí a que todos los niños de la costa andaluza pasen la tarde en la biblioteca hay un trecho, mucho más largo que el del Estrecho. Por los pasillos de nuestros centros de enseñanza han campado a sus anchas ‘el Joni’, ‘el Gallina’, ‘el Burro’, ‘el Muelas’ y ‘el Piojo’ -nombres inventados para la ocasión, pero semejantes a los reales-, y ahora lo siguen haciendo sus hermanos pequeños. Más de una vez nos ha avisado un alumno: «Mañana no vengo, que tengo el ‘vis a vis’ con mi padre». Y no es un caso aislado.

Los ocho detenidos por el crimen de Barbate son andaluces; la mitad de ellos, menores de treinta años. Kiko ‘el Cabra’, con apenas 46 años, ya operaba como cabecilla del grupo y cuenta con antecedentes por desobediencia, resistencia a la autoridad y blanqueo de capitales. Como para decirles a los hijos de quienes desobedecen a las fuerzas de seguridad del Estado y cometen delitos a diario que los profesores también son autoridad y que deben respetar las reglas de ortografía. Muchos de ellos lo tienen claro: su móvil, mi sueldo.

** Lingüista

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