Opinión | Arenas movedizas

Reencarnarse en un niño soldado

No sabemos cómo es en realidad la muerte, morirse. Nadie ha vuelto de allí para contarlo. Vivir es morir y resucitar muchas veces

Un soldado francés en el Sahel.

Un soldado francés en el Sahel.

No sabemos cómo es en realidad la muerte, morirse. Nadie ha vuelto de allí para contarlo. Nadie se ha muerto y regresado a la vida y convocado una rueda de prensa después de fallecido. O redactado un comunicado. Nadie sabe, por ejemplo, si el momento exacto de morirse como suele la mayoría, es decir, en la cama, propia o de un hospital y tras una enfermedad o de un infarto de miocardio, duele de un modo insoportable o es un proceso dulce e indoloro idealizado por el miedo.

Lo que más nos asusta de morirnos, aparte de la muerte en sí misma y del pesar que uno deja en los seres queridos, es el dolor físico. No vamos al dentista porque duele. No nos arrimamos al fuego porque quema. No nos zambullimos en aguas gélidas temiendo morir de hipotermia. Somos huidizos ante el dolor. La muerte será paliativa o será otra cosa.

Se dice que alguno ha estado al borde de la muerte, que ha visto una luz y su vida entera ha pasado delante de él, o de ella, de suyo, pero en realidad no ha muerto, luego no sabe, su versión no vale, su versión es la de una fuente insolvente. Tanta inteligencia artificial, tanta domótica, tanto algoritmo y no hemos resuelto una cuestión fundamental que ronda desde los tiempos del primer hombre. Eso de que pasa la vida entera ante nuestros ojos no es más que una superchería, una licencia. Si fuera cierto tardaríamos otra vida entera en morirnos, 85, 70, 40, 30 años, lo que sea. 80 años de vida y 80 más para morirse mientras vemos pasar la vida.

Exageramos para referirnos al momento final porque no está probado que cada minuto de nuestra corta o larga existencia se nos proyecte entero en el instante de morirnos como una película de 35 mm. Imagino que se referirán a una parte de la vida. Eso sí, eso puede, pero, ¿a cuál? ¿A la infancia? ¿A la adolescencia? ¿A ambas? ¿Qué escena será la elegida? ¿A quién recordaremos en ese último momento antes de expirar? ¿A nuestros hijos? ¿A nuestra pareja? Y en caso de haber tenido más de una, ¿a cuál de ellas? ¿Se molestará la segunda si nos acordamos solo de la última o de la primera? ¿Cómo lo sabrá cualquiera de ellas si no podemos contar lo que es morirse? Nadie va a poder explicárselo. Nadie vuelve.

Pasar al otro barrio. Toda la vida cotizando a la Seguridad Social para acabar en otro barrio y no en el paraíso. Si se ha de morir, que al menos no nos cambien de barrio. Que trascendamos al nuestro, con los bares donde bebimos y las esquinas que doblamos. El gran misterio de la vida es la muerte y lo que venga después, la nada absoluta o la reencarnación. La reencarnación da mucho más miedo que la muerte. Si nos reencarnamos, ¿en quién no desearíamos hacerlo nunca? Las probabilidades son infinitas. En un niño soldado, en una mujer de Afganistán, en un mauritano resuelto a cruzar en cayuco hasta Canarias (nuestro antiguo yo, en caso de que quede de él algún poso en el cuerpo reencarnado, debería poder avisarle, impedirle el viaje, decirle cómo va a morir). Reencarnarse en alguien y saber cómo morirá es aún más enrevesado. Empotrarse en el cuerpo de Kim Jong-Un, de un nieto de Donald Trump, de Taylor Swift o de Sharon Tate, que acabará asesinada por la Familia Manson.

Reencarnarse en otra época. Ya. ¿En cuál? En el Antiguo Egipto, en la Roma de César, en la Castilla de Torquemada, en la Inglaterra de los Beatles y los Stones, en la España del ‘boom’ del ladrillo, en el ‘swinging London’ de Bowie. Sí, ser David Bowie y recordar tu vida anterior y pensar: "Coño, soy David Bowie, estoy en 1969 y voy a sacar ‘Space Oddity’, me queda una época gloriosa, voy a conocer a Imán y morir el 10 de enero de 2016 a los 69 años". Reencarnarse en Neil Armstrong, ser el primer humano en pisar la Luna y sustituir aquella primera frase histórica por esta otra: "Mira, Fulano del futuro, ahora soy Neil Armstrong, dentro de unos años seré tú. No cruces ese paso de cebra".

Reencarnarse es un capricho de alto riesgo, además de muy aburrido si no se puede alterar la vida de tu reencarnado. Morirse aparenta ser un lío tremendo, un galimatías espacio-temporal. No hablo de esos minutos en que a uno le reaniman como a Uma Thurman en ‘Pulp fiction’. Me refiero a morirse como es debido. "Así se muere", dicen que dijo Coco Chanel. Bien pensando, tampoco es necesario que nos den pelos y señales. Aquí hemos venido a vivir. Que alguien nos lo cuente o no resulta tan innecesario como la propia muerte. En realidad, no debe de ser tanto el misterio. Vivir es morir y resucitar muchas veces.

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