Opinión | ENTRE LÍNEAS

El ombligo del pulpo

Vaya como excusa decir que me consta que el pulpo es el invertebrado más inteligente que existe

No saben ustedes lo reconfortado que me sentí al conocer el pasado día 8 que se estaba celebrando el Día Mundial del Pulpo. ¡Con el cariño que le tengo yo a esos cefalópodos!

Ciertamente lo digo con algo de ironía, porque no me negarán que es una conmemoración muy ‘especializada’. Lo mismo hasta molesto a alguien. Vaya como excusa decir que me consta que el pulpo es el invertebrado más inteligente que existe y que tiene un papel clave en los ecosistemas marinos. Pero no descarto que alguien se irrite por entender que desprecio al animal ya que no dejo de ver cómo, sobre todo en redes sociales, la crispación parece la norma.

Les pongo un ejemplo tonto, y quizá hasta raro, pero les ruego que me sigan el argumento: un artesano tallista (de los que hay pocos) y gran especialista en el manejo de cinceles (quedan menos aún), entre las gubias planas, curvas, con vértice y de cuchara crea un grupo en Facebook dedicado a las habilidades, técnicas, vida y milagros de este último tipo de instrumento: la de cuchara. Fenómeno. Hasta ahí todo bien. Coincidirán en que apenas habrá dos centenares de personas en el mundo, tirando por lo alto, que sientan una pasión similar por el escoplo de cuchara, pero los que existen responderán siempre en su Facebook con igual y fiel entusiasmo a cada vídeo y foto en el que nuestro artesano del ejemplo comparte lo que para él es su vida. Al cabo del tiempo, el tallista, autoafirmado por miles de ‘like’ acumulados, acabará creyendo que es toda la sociedad la que se desvive de la misma forma por el buril de cuchara. Así que, cuando por falta de pedidos cierra una reconocida fábrica de esa herramienta... el mundo se trastoca. Y entonces, indignado, empezará una ‘justa’ campaña contra todo y contra todos y contra esa conspiración judeomasónica, anarcosindicalista, capitalista-liberal y neofascista (a la vez) de un Estado corrupto que permite un ataque directo a un pilar social y de la comunidad como es la gubia de cuchara.

¿Que no? ¿Que exagero? Miren con detenimiento y verán cómo nuestro ya consolidado sistema de comunicación mediante redes sociales es en ocasiones tan cerrado, tan ‘retroalimentado’, que nos lleva a creer que somos parte de un imperio desde nuestro estrechísimo gueto en internet.

Más aún: es paradójico que nunca como en estos tiempos hemos hablado ni recibido más información de los que son ‘de nuestra cuerda’, pese a usar unas plataformas que, en teoría, son redes globales y abiertas a todo el mundo. Mil veces había más comunicación e intercambio de ideas nuevas en una tertulia de cuatro parroquianos de su padre y de su madre en una antigua taberna que ahora. Llego a pensar que parte de la culpa de la mala leche social que se detecta, los desplantes y hasta cierta crispación viene de que ya no hablamos con gente distinta, sino que hemos pasado a admirarnos el ombligo en internet y los medios junto a cientos de ombligos similares.

De hecho, y volviendo al principio, todo está tan enconado ahora mismo que hasta con el Día del Pulpo hay problemas: el que no le importe mucho el bicho de ocho patas a la mayoría y, por otro lado, aquellos que darían la vida (o matarían) por defender al octópodo. Y así no ha forma de entenderse. Ni siquiera nos comprendería el más listo de todos: el pulpo.

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