Opinión | El cuerpo en guerra

No te lo perdonaré jamás, Juanma

Siempre he querido ir a Doñana. Es uno de esos sitios que te muestran de niña en Conocimiento del Medio e idealizas y te prometes que algún día irás y... Puede que no haya un mañana en el que visitarlo o que, de ir, lo encuentres muy distinto a lo que te enseñaron cuando no habíamos destruido el planeta de manera irreversible.

Entre Huelva y Sevilla, la mayor reserva ecológica de Europa con una diversidad única, una marisma que sirve como lugar de paso, cría e invernada para miles de aves europeas y africanas. ¿Cómo puede ser que uno de los espacios más protegidos de nuestro continente --la Unesco lo declaró Patrimonio Mundial en el 94, meses después el Consejo de Europa le concedió el Diploma Europeo para Áreas Protegidas, Reserva de la Biosfera (1980) y Sitio Ramsar (1982), Zona Especial de Conservación (ZEC ES0000024) desde 2012, así como Zona de Especial Protección para las Aves (ZEPA ES0000024), entre otros-- acabe abocado a la destrucción por la mala gestión de un gobierno autonómico de derechas que da luz verde a legalizar zonas de regadío en el entorno del Parque cuando no hay agua --ya se ha alertado del punto crítico que atraviesa la reserva-- y nos encontramos ante una sequía severa? Claramente, es una medida que no tiene sentido en el contexto actual.

Por supuesto, no sólo ha recibido amenazas de grupos ecologistas, científicos, la UE, sino también del Gobierno central, que recurrirá al Tribunal Constitucional, y del resto de grupos parlamentarios autonómicos (PSOE-A, Por Andalucía y Adelante Andalucía). Pedro Sánchez ha esgrimido un contundente «Doñana no se toca» y ha apuntado que no solo la «ultraderecha niega la evidencia climática», sino que en Andalucía también actúan «como si no existiera la emergencia climática». A un mes y pico de las elecciones municipales, PP y Vox han querido tramitar por la vía de urgencia esta medida --sin saber ni siquiera cuántas hectáreas se verían afectadas-- para hacerse con los votos de los agricultores y extender su influencia en la región. ¡Viva la codicia electoral!

¿Qué moral tiene un partido político que desoye las advertencias de instancias superiores y expertos y se salta todas las medidas de protección de un territorio único? Obviamente, ninguna. Esto no es una sorpresa, tampoco el servilismo y egoísmo particular ante las urnas. Pero ojalá los ciudadanos se planteen cuál es la suya a la hora de ejercer el voto. Mientras tanto, qué fácil dejan jugar a su «no te lo perdonaré jamás, Juanma; has acabado con mi sueño de la infancia».

** Escritora

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