Opinión | TRIBUNA ABIERTA

Espiritualidad de azahar

Vivimos tiempos inciertos de «rapidación», de vidas instaladas en un contexto de posfelicidad

Procesiones, perdón, liturgia, penitencia, vigilia, ayuno, tantas y tantas palabras que se nos vienen encima en estas fechas. Llega la Semana Santa y volvemos a preguntarnos por su sentido, necesidad y proyección en la sociedad de hoy. Se llenan las calles de olor a incienso, de velas moradas, vía crucis, cornetas, misterios, palios... «Todos los años lo mismo», nos repetimos. Vivimos en una sociedad cristianizada, aunque cada vez menos, y conocemos bien la mecánica de los tiempos litúrgicos: Adviento, Navidad, Tiempo Ordinario, Cuaresma, Semana Santa, Pascua, otra vez Tiempo Ordinario... y así en bucle.

Ha llegado la gran semana por muchos ansiada durante un largo año. Llegan los altramuces, los bocadillos de atún con tomate en un bordillo, los bostezos a las tantas echando de menos un jersey, las lágrimas asomando al ver un gesto de dolor de Cristo, el recuerdo de alguien que quieres y que sufre, el vello erizado por una saeta de voz rajada... Para muchos, no vivir Córdoba con intensidad durante esta semana es el octavo pecado capital. Semana de turismo, de controversias, de meditación, de iglesias de cara a la calle, de corbatas y mantillas, de oficios, de incienso y, como siempre, de taberna.

Podemos conseguir que la Semana Santa sea ese tiempo de reposo de lo «cocinado», de dejar madurar poco a poco y discernir qué cortar y qué no de lo que nos ata en nuestras vidas. Esta semana será también un buen momento para dar oportunidades a la persona y que así pueda dar fruto (aquella higuera del Evangelio que el viñador no quería cortar). Darnos cuenta de que la clave no está en destruir lo antiguo sino amar, valorar, reconocer el tesoro que tenemos y restaurar lo que poseemos, que no es poco. Aquello a lo que nos anima el papa Francisco: compartir desde la sencillez con el otro en clave de una cultura real del encuentro.

La larga espera ante un ejército interminable de capirotes puede hacernos ver muchas cosas ocultas, caer en la admiración de ese «cielo estrellado sobre mí» del que nos hablaba Kant. Una calle que no conocías, personas que te sorprenden, gestos no esperados o quizá sensaciones espirituales desconocidas en ti. Vivimos tiempos inciertos de «rapidación», expresión usada por el Papa en Laudato si; tiempos de vulgaridad, de vidas instaladas en un contexto de posfelicidad, esa falsa felicidad de pose espoleada por muchas horas de redes sociales.

Pero quizá paseando de noche por Mayor de Santa Marina tengas la suerte de aspirar el aroma mediterráneo y oriental de los naranjos nevados. Ahí te darás cuenta de que la admiración es el primer paso para el cultivo de una sana inteligencia espiritual que nos haga descubrir esos momentos y sensaciones que te estabas perdiendo en esta hermosa ciudad que nos acoge. ¡Feliz Semana Santa!

*Profesor del Colegio Trinitarios

Suscríbete para seguir leyendo