Opinión | HOY

Nuestras hermanas capuchinas

Ahora debemos ayudarlas. Pasan por penurias económicas. Ellas, en su fe, no piden regalos, sino sólo que compremos sus dulces, para arreglar los desperfectos que el tiempo y la pobreza hacen en esta joya de nuestra ciudad. Les debemos ese apoyo. Es agradecimiento a su oasis de espiritualidad que, como brisa, alivia nuestras vidas en su zozobra, aunque pensemos, tras nuestra vanidad, que no nos sirven. Las tenemos en el humilde rincón de la plaza con su nombre, junto a las Hermanitas de la Cruz, otro de los muchos remansos de espíritu que poseemos en nuestra Córdoba, por encima de las creencias de cada cual, en este mundo al que hemos desembocado, que no sé cómo calificar, si ateo, agnóstico, acomodaticio, o, simplemente, nada, una especie de neblina, que va de un día a otro, enredándose y desenredándose en el vacío. Este humilde rincón, apenas nos lo deja ver la imponente estatua del obispo Osio y su araucaria. Pero, como tantas veces en Córdoba, cruzamos el vetusto, recoleto umbral de su iglesia y nos encontramos con la penumbra y el silencio más íntimo. El Santísimo, en el imponente retablo barroco; los ángeles turiferarios. El ruido sin fin de la calle Alfonso XIII transcurre lejos. Aquí nuestra alma encuentra la paz perdida. Tantas siestas de verano, en el pleno ardor de media tarde, nos vamos a su refugio para ampararnos entre la frescura. Siempre, una monjita recogida en su silencio. Es ya viejecita. Acaba de llegar por la puerta de la iglesia que da al convento, para sustituir a otra. Se sienta. Y de nuevo, el silencio, en el que el más leve crujir de un banco suena a estruendo. Y pensamos qué será de esa mujer, qué fue de su juventud, qué bella fuerza espiritual la mantiene en toda una vida dedicada al amor anónimo por los demás; cómo pasará un invierno y otro invierno. Sobre las ocho, cuando Córdoba empieza a aliviarse de su fuego, viene toda la congregación al oficio de Vísperas. Sus voces claras convierten en cristal purísimo las letras de los Salmos: «Dios mío, ven en mi auxilio; Señor, date prisa en socorrerme». Y nuestra vida descansa de sus incertidumbres. Ahora debemos ayudarlas. Sólo es un gesto de cercanía, por encima de nuestras creencias; lo que nuestros antepasados nos legaron para nuestros descendientes.

** Escritor

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