Opinión | El alegato

El Gobierno salomónico

Podremos reprochar a la que fuese ministra de Educación Sra. Celaá muchas cosas: haber propiciado un paso más hacia la analfabetización del alumnado; haber defenestrado la cultura del esfuerzo en las aulas; haber cedido sospechosamente terreno a las lenguas autonómicas; haber despojado a los progenitores del derecho a opinar, etc. Ahora bien, jamás podremos afear a dicha señora no habernos advertido de tener un Gobierno salomónico: él iba a terminar ostentando la nuda propiedad sobre nuestros infantes, y los padres seríamos los usufructuarios con cara de idiotas y obligación de prestar alimentos, vivienda y móvil de última generación.

«No podemos pensar de ninguna de las maneras que los hijos pertenecen a los padres», dijo la ministra. Solo estaba lanzando una primicia que en cuestión de pocos años nuestro Gobierno ha hecho efectiva.

Díganme que mentía cuando ahora se aprueba una Ley Orgánica de Salud sexual y reproductiva y de interrupción voluntaria del embarazo, -«del aborto» la llaman para que los de la ley Celaá no tengan que memorizar nombre tan largo-, impulsada por el Ministerio de Igualdad, que garantiza la realización de interrupciones voluntarias del embarazo en centros sanitarios públicos, eliminando la exigencia de autorización paterna para menores de 16 y 17 años y discapacitados intelectuales.

A mí lo de que garantice los servicios médicos públicos que a la señora ministra le salga de sus igualdades me la trae al pairo, eso sí, sin mis dineros y siempre que esas interrupciones no se practiquen ocupando quirófanos necesarios para otras intervenciones destinadas a salvar vidas y no a acabar con ellas.

Que en esas interrupciones de embarazos de niñas de 16 y 17 años o con discapacidad intelectual no se exija autorización paterna me parece una absoluta aberración, pero que además se ponga fin a la obligación de las mujeres de solicitar información previa y se eliminen los tres días de reflexión, me lleva a concluir sin miedo a equivocarme que esos abortos más que voluntarios son interesados: «Niño que no nace, ayuda que me ahorro».

Generemos la duda en el niño sobre si padece disforia de género. Permitamos hasta tres cambios de sexo en una misma persona. Hagamos de nuestra capa un sayo que los hijos ya los tenemos idiotizados para que nos den el voto. A sus padres, ¡que les den!

*Abogada laboralista

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