Opinión | TRIBUNA ABIERTA

¿De qué hablamos cuando hablamos del sí?

Hablar de la ley del ‘sólo sí es sí’ resulta cautivador. Es simple, difícilmente olvidable

Hay títulos que resultan inevitablemente evocadores o sugerentes. Palabras entrelazadas que nos llevan por senderos de caminos que se bifurcan. Mapas llenos de letras que navegan hasta los mares de sur, o, al menos, nos permiten que desde nuestra habitación propia, vislumbremos unas hermosas vistas. Utopías que mitigan la insoportable levedad del ser.

También hay, claro es, títulos que nos interpelan no sabemos cómo, que se nos pegan a la piel y nos seducen porque, entre otros motivos, su sonoridad puede susurrarnos aquello que deseamos oír. «De qué hablamos cuando hablamos de amor», se preguntaba Carver.

Al decir Ley orgánica 10/22 de garantía integral de la libertad sexual pareciera que aludimos al frío temario de una oposición. Sin embargo, hablar de ley del ‘sólo sí es sí’, resulta cautivador. Es simple, difícilmente olvidable y, sobre todo, dice todo aquello que queremos escuchar. Se trata de uno de esos «significantes vacíos» (Laclau) que, en verdad y a nada que uno se pare a pensar sobre ellos, no terminan de decir nada concreto pues cada cual puede llenarlos según sus preferencias. Y claro, si algo no dice nada, bien puede decirlo todo, incluido lo contrario de lo que queremos que diga.

Algo parecido ocurre con expresiones frente a las que, en principio, nadie estaría en contra. Afirmaciones como «situar el consentimiento en el centro» o que «el eje o el corazón de una ley, sea el consentimiento». Sin embargo -y sin olvidar que los delitos contra la libertad sexual pivotan ‘per se’ alrededor del consentimiento-, como ha puesto de manifiesto Clara Serra, quien firmaba un artículo donde nos ponía sobre la pista de las diversas aristas que tienen los términos sólo aparentemente sencillos, las frases redondas también pueden esconder recovecos y ser fuente de más preguntas que respuestas. Recuerden cuando le preguntaron a un prestigioso científico si creía en la existencia de dios y este respondió que antes de contestar deberían definirse los términos «creer», «existencia» y «dios». Y es que habría que ser capaces de explicar qué debe entenderse dentro de los estrechos límites del Derecho Penal (que no sigue la misma lógica que rige nuestras vidas fuera de las salas de justicia) por «consentimiento», así como sus implicaciones en el marco del proceso judicial, donde debe conjugarse con principios -el garantismo, la carga de la prueba o la presunción de inocencia- frente a los que tampoco nadie debería estar en contra.

Así las cosas, pareciera que algunos miembros del Gobierno hubieran caído en la doble trampa de, aferrándose a un lema maravilloso -sólo sí es sí-, no pararse a dotarlo de verdadero significado, dejándose arrastrar hasta el campo de batalla del relato planteado por la oposición. Así las cosas, se ha echado en falta que no nos explicaran que la ley desplegaba más de sesenta artículos con medidas preventivas y de sensibilidad en apoyo de las mujeres o contra las violencias sexuales; que no se detuvieran en argumentar que subir las penas puede ser a un mero ejercicio de populismo punitivo que no garantiza una disminución de los delitos -¿Acaso son más seguros los países con cadena perpetua?-; que no subrayaran que el Derecho Penal es sólo la última barrera que opera únicamente ante la frustración que implica la comisión de un delito, que es, por demás, lo que se debe tratar de evitar, con otras medidas políticas, a toda costa.

«Para cada problema complejo hay una respuesta clara, simple y equivocada», escribió el periodista estadounidense Henry Louis Menckenen denunciando nuestra habitual pereza cognitiva. Así, la táctica de aferrarse a un significante vacío y jugar con él corre el riesgo tanto de evitar la profundidad del verdadero y deseable diálogo, como de enfangarse en una guerra de guerrillas frente a quien aparezca con otro lema u otra nueva consigna -igualmente vacía o inane- y termine ganando una partida sólo retórica. Y es que, ya se sabe que, aunque la demagogia y la pedagogía comparten parte de su etimología griega, los dos términos se parecen tanto como un huevo y una castaña.

En ‘El gobierno de las palabras’ -otro título sugerente-, Juan Carlos Monedero cita al gran maestro polaco de ajedrez Tartakower, y hace suyo aquello de que «la táctica consiste en saber qué hacer cuando hay algo que hacer. La estrategia, en saber qué hacer cuando no hay nada que hacer». Se impone una estrategia cargada de pedagogía, diálogo y sinceridad política. A la larga, tal vez resulte más provechosa para la ciudadanía.

* Abogado y escritor

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