Opinión | PARA TÍ, PARA MÍ

Esta noche es Nochebuena

En un pesebre comienza Dios su aventura entre los hombres. Una claridad ilumina las tinieblas

«Esta noche es Nochebuena y mañana Navidad...». Así lo proclama el villancico popular, ofreciéndonos la Gran Noticia de todos los tiempos: la llegada de Dios hecho hombre, que coloca su tienda de campaña en las entrañas de la humanidad. En un pesebre comienza Dios su aventura entre los hombres. Es de noche. Una claridad desconocida ilumina las tinieblas que cubren Belén. La luz no desciende sobre el lugar donde se encuentra el Niño, sino que envuelve a los pastores que escuchan el mensaje. El Niño queda oculto en la oscuridad, en un lugar desconocido. Es necesario hacer un esfuerzo para descubrirlo. Estas son las primeras palabras que hemos de escuchar: «No temáis. Os anuncio una gran alegría, que lo será para todo el pueblo». Es algo muy grande lo que ha sucedido. Todos tenemos motivos para alegrarnos. Ese Niño no es de María y José. Nos ha nacido a todos. No es solo de unos privilegiados. Es para toda la gente. Jesús es de quienes lo siguen con fe y de quienes lo han olvidado, de quienes confían en Dios y de los que dudan de todo. Nadie está solo frente a sus miedos. Nadie está solo en su soledad. Así lo proclama el mensajero: «Os ha nacido un Salvador, el Mesías, el Señor». Es el Hijo de Dios que se hace hombre. El papa Francisco nos evocó hace unos años, en su Carta apostólica ‘Admirable signum’ (’El hermoso signo del pesebre’), sus destellos más hermosos: «El pesebre es, desde su origen franciscano, una invitación a «sentir», a «tocar» la pobreza que el Hijo de Dios eligió para sí mismo en su encarnación. Y así, es implícitamente una llamada a seguirlo en el camino de la humildad, de la pobreza, del despojo, que desde la gruta de Belén conduce hasta la Cruz. Es una llamada a encontrarlo y servirlo con misericordia en los hermanos y hermanas más necesitados». Gloria Fuertes nos definió la Navidad en unos versos entrañables: «Cuando todas las esperanzas estaban enterradas, todas las fuentes secas, todas las preguntas calladas, todos los fuegos apagados, entonces, en medio de la noche, la débil fuerza de una semilla, rompió la costra de la tierra». La Nochebuena tiene su secreto, revelado en la letra de un villancico universal. Sencillamente, que es la «noche de Dios». Y así lo escuchamos y cantamos: «Noche de Dios, noche de paz. Claro sol brilla ya y los ángeles cantando están. Gloria a Dios, gloria al Dios eternal. Duerme el Niño Jesús». Desde la óptica de la fe, percibimos el supremo mensaje de la Nochebuena, que tan bellamente expresara Bernanos, en unas lineas: «Dios quería ser amado. Y sabía muy bien que los hombres no sabemos amar una cosa a menos que podamos rodearla con los brazos. Y al Dios de los ejércitos, podíamos temerle. Al Dios de los filósofos, podíamos admirarle. Sólo le amaríamos si se hacía bebé. Por eso, la Navidad es vértigo, desconcierto, exceso y desbordamiento». Ciertamente, la Nochebuena disipa las tinieblas, irrumpiendo en ella la luz de la salvación. La Nochebuena nada tiene que ver con la violencia y la guerra, colma de gracia y llena de serenidad. Nochebuena y paz se agarran de la mano. La Nochebuena describe el encuentro del Hijo del Padre, hecho hombre, con toda la humanidad. Este Niño, Salvador y Señor, no acompaña solo a los cristianos, se acerca a cualquier ser humano, que lo desee, está a disposición de todas las personas de buena voluntad, dispuestas a acogerlo. Celebrar la Nochebuena, desde la orilla de la fe, significa «saltar de alegría», porque Una Persona de la Trinidad se ha hecho uno de los nuestros y quiere «humanizarnos» y divinizarnos». Se muestra tan humano entre los humanos, que cualquiera puede tocarlo, encontrarse con su persona entrañable, cálida, acogedora, portadora de salvación. Sin imposiciones de ningún tipo nos muestra su «tierno rostro», de una manera especial cuando celebramos la Eucaristía y acogemos al pobre y necesitado. Celebrar esta noche santa, en la que brilla una «luz esplendorosa», es acoger gozosos al Niño Divino que se nos ha dado, estando dispuestos a renovar el encuentro con Él. Sí, esta noche es Nochebuena. La noche en que, como bellamente escribió Tagore, «Dios nos muestra su gran poder en el céfiro suave, no en la tempestad». Celebrémosla con el alma abierta de par en par y el corazón rebosante de amor».

** Sacerdote y periodista

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