Diario Córdoba

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Me llamo mujer, pero mi nombre es miedo. Esta tarde me ha hablado mi abogada. Sueltan a mi verdugo. Ya nadie conoce mi sufrimiento, porque mi vida ya es toda sufrimiento. La esperanza se me aleja como paloma entre la niebla. Me llamo mujer, pero mi nombre es nadie. Busqué mi protección en aquellas que decían defenderme si yo les daba el poder de defenderme; aquellas que han estado cuarenta años viviendo a costa de lo que me prometieron y ahora viven a costa de lo que no me dieron. Hablaban, hablaban, en esa eterna orgía de palabras mentidas. ¿Dónde estáis? ¿En qué dulce lecho dormís en dulce paz? ¿En qué bello atardecer paseáis cada día? ¿En qué tierna seguridad coméis, bebéis, habláis de la liberación de la mujer, de la igualdad de la mujer? No os veo. No os oigo. ¿A qué cielo especial habéis volado? Luego os siguieron otras nuevas. Heredaron las palabras que decían defenderme si yo les daba el poder de defenderme. Las creí. Ahora no soy nada. Las creí más que a las otras, porque yo ya vivía en la desesperación. Empleé toda mi vida en creerlas. Ahora no tengo vida y sólo me alimento de desesperación. Me he quedado en vilo, pendiente del miedo, trozo de carne colgada de un garfio, pez absorto de frío en el hielo y el mármol de las pescaderías. No puedo salir a la calle. Cada vez que parpadeo, veo a mi verdugo, me encuentro con sus ojos de odio, con su rictus de rabia, con su sonrisa sádica; pero, sobre todo, oigo su voz, la escucho, me encuentro con su voz en mis pensamientos, en mi silencio, entre las palabras que caminan por la calle, en las noticias, hasta en los juegos de las niñas. Mi vida es ese miedo, porque ya sólo conozco la palabra miedo. Busco mi esperanza, la esperanza que decían regalarme aquellas que me prometieron defenderme si yo les daba el poder de defenderme. Ahora no soy nada. Me miro y no veo nada. Miro mi vida por venir y sólo soy el terror a mi verdugo. Ahora estoy sola a solas con mi soledad. Sólo tengo al Padre del cielo. Antes creí tener algo más, pero sólo lo tengo a Él. Ya sólo me hallo en la lista de las bienaventuradas que poseen hambre y sed de justicia. No estoy en ningún otro lugar; no pertenezco a ningún otro sentimiento. Me muero de hambre y de sed de justicia. Sí, me llamo mujer, pero mi nombre es nada.

 ** Escritor

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