Diario Córdoba

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Antonio Gil

PARA TI, PARA MÍ

Antonio Gil

La Paz, el esplendor de la religiosidad popular

Ante la Virgen de la Paz y Esperanza todos nos sentimos abrazados y queridos, entre ternuras celestes e infinitas

Solemne y exultante, gozosa y emotiva, multitudinaria y radiante, la solemne coronación canónica de la imagen de Nuestra Señora de la Paz, en la Santa Iglesia Catedral, presidida por el obispo de la diócesis, monseñor Demetrio Fernández. Y después, la solemne procesión de la Virgen, inundando de fervor mariano las calles de Córdoba, rebosantes de miradas anhelantes y de latidos entusiastas para contemplar el paso de una imagen que «electriza» las multitudes, enardece los corazones y levanta ánimos y almas hasta las alturas más sublimes de una espiritualidad y de una religiosidad, que llamamos «popular». Una religiosidad que brota de las entrañas vivas de la fe del pueblo creyente, centrada sobre todo, en las miradas, los sentimientos y los anhelos más sencillos de pasar por la vida haciendo el bien, conforme a las exigencias de Jesús de Nazaret. Ante cualquier imagen de María todos nos encontramos acogidos. Pero, ante la Virgen de la Paz, todos nos sentimos abrazados y queridos, entre ternuras celestes e infinitas. Las acciones más queridas y esperadas, dentro de la devoción a la Virgen María, se centran en la coronación de una imagen de la Señora. En palabras del que fuera arzobispo de Sevilla, el cardenal Carlos Amigo: «La coronación de una imagen de la Virgen es una sentida resonancia del misterio de la Asunción de María en cuerpo y alma a los cielos».

Desde antiguo fue piadosa costumbre en la Iglesia la de coronar las imágenes de la Santísima Virgen María. Era una forma de proclamar la realización del reinado de Dios en la mujer humilde del Evangelio, en la Madre, que con tanta fidelidad siguió el camino redentor de su Hijo, a quien el Padre constituiría Señor y Rey del universo. La corona que se colocó ayer sobre la imagen bendita de la Virgen de la Paz está hecha de fe y de reconocimiento agradecido, que su Hermandad ha sabido plasmar, no sólo en un acto solemne, sino en toda una explosión de honda religiosidad popular, en una confesión pública y ardiente del gran misterio escondido por Dios y revelado en Jesucristo. La Virgen María es coronada como Reina y Señora de la creación entera. Pero como la mejor corona de la madre son sus hijos, María Santísima es coronada con el amor de quienes la invocan como Madre. Con la coronación de Nuestra Señora de la Paz se reconoce la piedad de tantas y tantas personas que, al mirar a María, han sentido crecer su fe, fortalecer su esperanza, llenarse de un verdadero deseo de vivir intensa y eficazmente la caridad cristiana. La coronación la Virgen de la Paz, realizada ayer esplendorosamente en la catedral, fue, sin duda, una proclamación indiscutible de la fe cristiana, un encendido homenaje a todos los pobres, a los que sufren, a los desposeídos de este mundo, a los que tienen hambre y sed de justicia, a los misericordiosos y a los que saben perdonar, a los sencillos y limpios de corazón, a los que trabajan por la paz y a los que buscan con sinceridad caminos de justicia. Al coronar, ayer, a Nuestra Señora de la Paz, de alguna manera se coronaba a todos los que, como María, buscan con sencillez el reinado de Dios, a los que trabajan en favor de la paz y de la concordia entre los hombres, a cuantos se afanan en el justo reconocimiento de los derechos humanos, defendiendo y respetando la dignidad de las personas. Y no olvidemos que antes de que el pueblo coronase a María, ya la había coronado Dios. Por eso tiene pleno sentido su celebración. La corona no es sino una señal de veneración y de reconocimiento a Dios y a la Madre del Redentor. Es en la realeza de Cristo en la que se basa y fundamente el reconocimiento a María como la criatura digna de toda alabanza y veneración. Me vienen a la memoria unas palabras de Chesterton, cuando escribía: «Quitad lo sobrenatural y no os quedará lo natural, sino lo antinatural». Lo estamos viendo y sufriendo. Desarraigado de su centro espiritual, el hombre occidental se creyó, sin embargo, liberado, dueño al fin de su destino, capaz de ascender hasta cumbres inconcebibles, materializadas en el progreso técnico, y ha descubierto, con horror, que lo «gangrena» un vacío horrendo. La imagen de la Virgen de la Paz iluminó la alta madrugada cordobesa, con resplandores de gloria y de esperanza. Todo un mar de corazones alfombró el paso de la Paz, por nuestras calles. El himno, con letra del compañero periodista, Luis Mirada, y música de Clemente Mata, nos evoca la grandeza de esta coronación: «Y al ceñirte la corona, / se nos ha inundado el alma / de la cándida azucena, / de la marina esmeralda, / de fragilísimo azahar, / de tul y olor a romero, / de alegre gladiolo en varas, / de las hojas de la palma / que triunfa sobre el pecado / del canto de la plata / como un salmo de alabanza».

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