Diario Córdoba

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Joaquín Pérez Azaustre (Julio 2023)

Las palabras vacías

Así vivimos: maltratando continuadamente nuestras pobres palabras, estrangulándolas...

Te dan una paliza por llevar la bandera de España en una pulserita y el fascista eres tú, por provocar. Es el vaciamiento del vocablo, con la palabra convertida en nada: en España, estos últimos años, hemos llamado fascistas a demasiadas cosas. Seguramente ha habido, hay y habrá, pero lo difícil será que conciliemos un acuerdo tácito --y mucho menos expreso--, sobre cómo entendemos esos radicalismos antes de ponerles la etiqueta. En los últimos tiempos, fascistas han sido llamados, por igual, Mariano Rajoy, Pablo Casado, Albert Rivera y Santi Abascal. Todo a la misma saca de excrecencia ideológica. A ti te pueden escupir, insultar, amenazar y agredir por intentar dar una conferencia en el salón de actos de una universidad: especialmente, si eres Cayetana Álvarez de Toledo o Macarena Olona. Pero las fascistas sois vosotras, por querer ejercer vuestro derecho a la libertad de expresión, porque la universidad es nuestra. Al mismo tiempo, tanto en las ferias independentistas como en las verbenas de bienvenida a los etarras excarcelados se hacen apologías o invitaciones directas a la comisión de unos delitos que, como mínimo, pondrían en jaque a la convivencia: pero los culpables siempre son no quienes amenazan, sino las víctimas potenciales de esos crímenes de odio. Y por eso, porque quienes los insultan, y los amenazan, y a veces los atacan, se han erigido en proclamadores de la virtud moral, ellos pueden hacerte todo eso y proclamar, sin rubor, que el fascista eres tú. Es como si alguien te secuestra, te ata a una silla, te deja en pelota picada y se afana en torturarte, mientras te acusa a ti de ser un torturador. Es una locura, pero así vivimos: maltratando continuadamente nuestras pobres palabras, estrangulándolas, convirtiéndolas en los torpedos ideológicos que nada tienen que ver con la realidad que deberían nombrar.

Hoy en día, si no te llaman o te han llamado alguna vez fascista no eres nadie. A mí me han llamado fascista y rojo de mierda --esto es un pleno al quince, aunque lo habitual ha sido lo segundo--, por escribir artículos diversos que han seguido un criterio, pero no una doctrina. Es evidente que no me tengo ni por lo uno ni por lo otro, y que acepto mi derecho sagrado a equivocarme con una cierta holgura, como hablábamos la semana pasada por aquí. Todo eso, esa brutalidad boba de reducirlo todo a un embudo, es una impotencia cognitiva que suele definir a quien la esgrime, aunque esgrimir sea un verbo con un exceso de sofisticación para estos zotes. Pero últimamente, por razones notorias, he pensado bastante en el coñazo que han dado unos cuantos radicales llamando fascistas así, a troche y moche, a toda la peña en general, y ahora tienen que tragarse, con tropezones varios y vértigo europeo en carne viva, el triunfo de Giorgia Meloni en Italia.

En este país se ha llamado, abiertamente, el ‘trifachito’ para referirse a la foto de Colón. Resulta que en Cataluña, por sentencia de su propio Tribunal Superior de Justicia, los alumnos tienen derecho a recibir el 25% de su horario lectivo en español. Una ridiculez, porque debería ser, como mínimo, un 50%: a fin de cuentas, educas a tu hijo para que sea ciudadano del mundo y en él se desenvuelva, y no para entenderse solo en la comarca. Pues bien, hasta eso se salta la Generalidad, porque el idioma español es fascista y fascistas son los padres -señalados así- que quieren ejercer y que sus hijos ejerzan su derecho. No verás a los indignados habituales decir ni una palabra de ese abuso; pero de ahí a convertir a los miembros de aquella famosa foto de Colón en los herederos de Mussolini no es que medie un abismo, sino una inmensidad en el disparate lingüístico.

Del mismo modo que no creo que Giorgia Meloni sea una moderada de centro, tampoco me parece que ninguno de los que aquí hemos cargado --han cargado-- con la letra escarlata de fascista lo sea de verdad. Porque si Rivera --liberal en lo económico-- es un fascista, entonces, ¿qué es Moloni? Habría que inventarse otra categoría. Es lo que sucede cuando las palabras se le quedan pequeñas a la vida que nombran. Las hemos vaciado demasiado rápido y nos hemos colgado en los extremos de la realidad. La moderación, esa que nos permite convivir, también se ejerce en el arco del lenguaje. Para poder hacerlo, primero, es imprescindible conocerlo, y no ejercer ese uso taimado de los significados estridentes. De tanto ver fascistas en cada recodo, luego te los encuentras de verdad y tienes que llamarlos juventudes soberanistas.

* Escritor

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