Diario Córdoba

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entre líneas

Juan M. Niza *

Un real honor envenenado

Esa imagen del Rey Felipe VI con su padre no se encontraba hasta el sepelio central de Isabel II

«Temo a los griegos incluso cuando traen regalos», decía Virgilio al hablar del Caballo de Troya, una frase latina que trascendió de su ‘Eneida’ a ser un dicho popular y que nos previene de presentes, honores y agasajos envenenados que puedan hacernos nuestros amigos, y más aún nuestros enemigos.

Y es que se supone que en ese primer grupo, en el de los amigos, se encuentran la Casa Real Británica, pasando dolorosos momentos con la muerte de Isabel II, y nuestra Monarquía española. Aunque ya lo dudo, tras ver que alguien de protocolo puso juntos al Rey Felipe VII con nuestro otro rey, el Emérito, generando un debate que ha vuelto cuestionar la monarquía y, también, a refrescar memorias de quien ya no ve sentido a esta institución en el presente.

Porque al final, la foto que ha estado intentando evitar la Casa Real española a toda costa desde hace mucho, desde que trascendieron los ‘asuntillos’ con el fisco de don Juan Carlos I y otras cuestiones de cuentas y faldas, esa imagen del Rey Felipe VI con su padre no se encontraba en ningún archivo reciente... hasta el sepelio central de Isabel II.

Y todo ello mientras que el larguísimo entierro de la Reina de Inglaterra, país que, por otra parte, no nos ha tenido nunca mucha simpatía más allá de la playa y la sangría, quizá haya generado en España cierta anglofilia y una expectación y un seguimiento un tanto exagerado, empezando por esos espacios maratonianos de televisión que consumían minutos y minutos de emisión de imágenes retransmitidas desde el Reino Unido y debates de comentaristas en el estudio, que es una forma relativamente baratita de hacer el programa. Eso mismo explica que sea muy difícil reconocer luego en estos mismos espacios que se le está dando demasiado bombo a un asunto que se estira como el chicle.

Pero volviendo al asunto de nuestros reyes, juntos en una misma estampa debido a que alguien del protocolo se levantó poco católico, obvio, y más anglicano que nunca. Por supuesto que también se puede aplicar el dicho chino de que «no achaques a la mala fe lo que puedas explicar por la estupidez humana» y que no se trate de que la Casa Real británica tenga para España deseos republicanos, que todo se tratase de un desliz del protocolo o de algún despistado que quería solucionar pronto ese berenjenal de unas doscientas visitas de Estado simultáneas para asistir al entierro de Isabel II. Aunque también es verdad que el ceremonial real inglés solo es rígido cuando les conviene, como demostró con su llegada el presidente de los Estados Unidos, que por poco aparca el coche dentro de la abadía.

En todo caso hay que admirar a los ingleses: los diez días de entierro de la Reina Isabel II, con miles de horas de presencia en televisiones de todo el mundo de tradición, historia y ‘magia’ de la realeza británica le reportará al Gran Bretaña además de un rey, un ‘roi’ (siglas de «retorno de la inversión»), un beneficio cientos de veces superior en publicidad e imagen, cuando no en derechos, a los inmensos costes del sepelio. No es el primer caso de un monarca británico que triunfa incluso después de su muerte gracias a releer tanto el presente como la Historia. No ha sido así en el caso de la Casa Real española en estas tristes jornadas familiares. Lo digo por la pérdida de su pariente británica, claro.

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