Diario Córdoba

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Carmelo Casaño

LA RAZÓN MANDA

Carmelo Casaño

Era su día; estaría escrito

La ciudad se fue despertando sobrecogida por la noticia de la muerte en Linares de Manolete

Cuando murió Manolete yo tenía 14 años, pero he conservado en la memoria muchas vivencias del 29 de agosto de 1947. Algunas, reaparecieron al escribir en este periódico unas crónicas retrospectivas que, en 1992, el año del AVE andaluz y de la Expo sevillana, se solidificaron en el libro Crónicas de anteayer. Una de dichas crónicas, titulada igual que este artículo, narraba la tragedia taurina con frases oídas al día siguiente de su consumación, en las que, repitiendo la fatalidad como un estribillo -era su día; estaría escrito-, se fundían lo seguro con lo incierto, la realidad con el deseo. Ahora, en el 75 aniversario de aquel dolor, el amigo Carlos Clementson nos aconsejó que, en vez de hacer un artículo de nueva planta, me limitase a revivir, con retoques, la lejana crónica sobredicha. Como le ha hecho caso, ahí va el resultado.

La ciudad -porque la ciudad es las gentes que la habitan, antes que el paisaje que la determina y las piedras que la trascienden-, aquella mañana encapotada de finales de agosto, se fue despertando sobrecogida por la noticia de la muerte en Linares de Manolete.

Todos los cordobeses, alejados o próximos al mundillo taurino, hacían corros comentando la tristeza, caminaban perplejos, ejercían su trabajo atenazados por la idea de que Manolete había muerto, horas antes, corneado por un miura. La ciudad iba adquiriendo una atmósfera densa, de angustia urbana, con un dolor concreto que taladraba los sentimientos, alimentándose de la sorpresa y de la incredulidad. Todo el mundo quería conocer detalles del suceso, aún sabiendo que no paliarían ni la certidumbre, ni la brutalidad repentina del inesperado estremecimiento. Es el inútil consuelo de querer racionalizar el destino, interpretando sus incomprensibles peripecias, cuando él ya ha huido, después del hachazo homicida.

Puse oído a lo que decían en la ciudad natal de Manolete y procuraré trasladarlo en esta crónica .

Islero le introdujo el pitón en el muslo, cerca de la ingle, hasta la cepa, en la suerte de matar. A matar le siguen llamando suerte. Dicen que era supersticioso y que lo había presentido. ¿Supersticioso Manolete? Tú no sabes de lo que hablas. El supersticioso es Gitanillo de Triana. Toro y torero vieron cumplido, al mismo tiempo, su destino, determinado por el azar. Era su día; estaría escrito.

Ya no sentía la pierna a las 4 de la madrugada. Cuando llegó el doctor Tamames, llamado por Dominguín, la esperanza estaba clausurada sin remedio. No debió ir a la plaza de un pueblo, cuando triunfar nada añadía a su gloria. No estaba en buena condiciones, ni físicas ni anímicas. Era su día; estaría escrito.

Tuvo que ser un miura, cuando los toreros de postín no quieren verlos ni en pintura. En Madrid, con el doctor Giménez Guinea en el sanatorio de toreros, se habría salvado. Pobre Manolete, pero ha caído como un héroe de leyenda. Sánchez Mejías, también murió en un pueblo, me parece que en Manzanares, que está cerca de Linares. Lo tenían acosado entre todos, Ese Dominguín, que compra aduladores, lo llevaba por la calle de la amargura. Yo no puedo ver a Dominguín, un tío más chulo que un fleje; a mí me gusta Carlos Arruza que es otra cosa. Era su día; estaría escrito.

Los toreros de casta se crecen, no se arrugan con el toro difícil, con el marrajo. La enfermería de Linares es un cuchitril; por no haber no había ni gasas. Yo no sé por qué no lo metieron en un coche y, ¡hala!, a Madrid en 4 horas. Dicen que lo traen a las 6 de la tarde, lo ha anunciado la radio. ¿Has oído el artículo de García Prieto que difunde cada hora Radio Córdoba y que pone los vellos de punta? Era su día; estaría escrito.

Debía de haberse retirado ya, sobrándole, como le sobraban, los millones. Iba a ser su última temporada pero le faltaba un pico para pagar el cortijo; lo sé de muy buena tinta. ¿Sabes lo que te digo?, que lo hemos matado entre todos. Ya no le perdonaban una, Pero si en La Vinícola de la calle Concepción, al cartel que lo representaba dando un estatuario, le taparon la cara con un cartón porque no vino a la feria. De eso tuvo la culpa Camará, que es mucho Camará, y el tuerto Escriche, ese puñetero empresario que debió de quedarse con la luna de Valencia, Era su día; estaría escrito.

Últimamente parecía trastornado con la novia, con la Lupita de los demonios. Manolete no tenía novia y, además, qué carajo importa tener novia. Dicen que al entierro viene Franco. No, el que viene es el Marqués de la Valdavia, presidente de la Diputación madrileña, que le va a poner una cruz, ¡’A buena hora con las cruces! Era tan tierno con su madre: un hijo de canela fina... Han visto entrar en la casa a Álvaro Domecq. Mi primo Fernando, que estuvo en la corrida, vino y se metió en la cama; desde el principio supo que el bueno de Manolete llevaba una mala corná. Mañana cerrarán las tiendas a la hora del entierro. Era su día; estaría escrito.

Por la tarde de aquella jornada tan extraña ya danzaban en el ambiente, entremezclados, los primeros frutos de la idealización y la punzada inmisericorde que hace indescifrables los destinos personales.

*Escritor

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