En estos días finales, la luz de agosto alcanza su agonía. Evoco a Faulkner ahora porque nunca es bastante tarde para hacerlo. En’Luz de agosto’, Lena Grove persigue a un hombre llamado Lucas Burch que la ha dejado embarazada. Tras el parto, continuará su búsqueda, en una narración de carretera que tiene algo de aliento pagano y caluroso, fértil y sensual: un Tennessee Williams narrativo, ese largo y cálido verano desde el que Martin Ritt rodaría su película. Se basó en tres relatos de Faulkner; pero, sobre todo, en ‘La gata sobre el tejado de cinc caliente’, de Tennessee Williams. Agosto no es un mes para los escritores, aunque algunos lo pasemos escribiendo: demasiado calor, demasiado farragoso todo, demasiados mensajes esbozados con sílabas cortantes al final de la tarde. Algo tendría que haber en ese agosto crepuscular de New Albany, Misisipi, donde escribe Faulkner, para poder fajarte en el ardor pantanoso de hombres y mujeres tratando de encontrarse entre silencios.
Algo tiene Córdoba en agosto de un condado seco convertido en ciénaga del ánimo, con todas las persianas echadas sobre el canto de la ciudad que volverá en septiembre. Quedas con alguien para ponerte al día y parece que el día te pasa por encima con toda su plomiza gravedad. Esta luz de agosto nos derrite, nos va haciendo alejarnos de nosotros mismos. Se trata, como todo, de sobrevivirlo: mundos vendrán, mundos nacerán. Sí se sacan algunas conclusiones: que el egoísmo nunca será mejor que la generosidad y que ese ensimismamiento natural de la ciudad jamás se debe convertir en poética para levantar una obra en marcha. Mirar y ver, sentir. Hay una visión que se potencia no escondiéndote en ti, sino saliendo a una rutilante claridad: la egolatría extermina el arte de vivir. El recogimiento es invernal, más como virtud del alma o del espíritu que como fogonazo de artificio. Me gusta escribir sobre el mes de agosto, en el que todo acaba, porque todo parece a punto de empezar.
*Escritor
