Diario Córdoba

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Juan Enrique Redondo Cantueso

Lecturas de verano

Llegado el momento de terminar el curso, para los que pertenecemos al mundo de la educación, o de tomar las vacaciones, como la mayor parte de trabajadores de España, nos asalta la inquietud, por lo menos a mí, de seleccionar cuidadosamente qué libros llevarnos a la boca, a la mente y al corazón en estos días de asueto. A la boca porque se pueden llegar a saborear las buenas letras, a la mente porque un buen libro siempre nos enseña algo y al corazón porque los libros nos marcan emocionalmente de alguna manera.

Perdidos en las estanterías de pequeñas librerías con encanto, en anaqueles cubiertos de polvo de bibliotecas perdidas de la ciudad, o por los grandes expositores de los centros comerciales que pretenden vendernos una gran novela a pocos centímetros de un microondas, sí, allí nos esperan miles de historias que nos atraparán, nos aburrirán, nos llegarán o no al alma e incluso, en el más extremo de los casos, nos cambiarán la vida.

Si damos un «paseo literario» por los grandes almacenes y librerías de nuestra ciudad veremos que las mismas obras se repiten en todos ellos: historias del Berlín de la posguerra, vidas de personajes de la antigua Roma, recetarios para hacernos creer en nuestras dotes culinarias, manuales de autoayuda que quizá nos hundan más, grandes clásicos de bolsillo con letra minúscula para abaratar costes de producción, pero que nos obligan a gastar más en oftalmólogos; y así, una variedad ilimitada de palabas mágicamente ordenadas que pretenden entretenernos, salvarnos de algo o quizá convencernos de tal o cual idea.

Con este texto no pretendo, líbreme Dios, asesorar en lecturas veraniegas como sí suelo hacer a mis amigos, aunque sí me gustaría compartir dos reflexiones sobre lo que no se debe hacer cuando nos enfrentamos a un periodo largo de ocio.

Primero, no agobiarnos acumulando libros que leer y prepararlos en una montaña esperando a ser devorados. Dicen que los libros te llegan enviados por el destino y no podemos liberarnos de su poderoso influjo.

Segundo, no empezar varios libros a la vez porque quizá no seamos capaces de terminar ninguno; aunque sabemos que es difícil sobreponerse a una buena recomendación, un regalo inesperado o, por qué no, a una portada atractiva que parece llamarnos.

Son los estados emocionales de nuestras vidas los que nos envían libros como mensajes en una botella para ser descubiertos con pasión. Estados melancólicos nos harán devorar lecturas románticas, estados de tristeza nos decantarán por la autoayuda y los libros divulgativos de psicología, quizá los estados de pasión nos hagan indagar en las vidas de otros que nos llaman desde los recovecos de la Historia... De lo que sí estoy convencido es que lectura e interioridad van de la mano. Al igual que ocurre con la música quizá debamos encender un libro y apagar por unos momentos la rutina. Eso nos enseñará a descubrir nuestro interior, ese lugar habitado al que nunca queremos entrar por miedo a descubrir aquello que no queremos ver. Y así, al finalizar un buen libro, cuando la sinfonía haya terminado, tal vez descubras que ha sonado una melodía que solo tú podías escuchar en ese preciso momento de tu vida.

 ** Profesor del Colegio Trinitarios

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