Diario Córdoba

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Dolores de Toro García

El alegato

Lola de Toro

Al arbolito, desde chiquito

Hoy quiero dedicar mi alegato a todos esos objetos y maneras que hemos ido defenestrando, en las más de las ocasiones por tildarlas de decrépitas y antiguas. Sin ir más lejos, el otro día un profesor me comentaba que la actitud del alumnado le minaba el ánimo y la ilusión.

Me decía que desde que en el instituto, a petición de los propios alumnos, se decidió quitar la tarima del profesor bajo el pretexto de ser considerado un elemento fascista en el aula, el docente había perdido no solo visión del conjunto de la clase, sino capacidad de trabajo, dado que los gestos de los alumnos, sus caras, sus miradas, hablan mucho más que ellos mismos, tanto de su comprensión del tema como de otros problemas que le pueden estar dificultando esa comprensión.

Ese dominio visual de la clase, por medio de una simple tarima, no solo supone el «control» del alumnado, sino la ubicación mobiliaria como expresión de un habitáculo destinado al noble oficio de la enseñanza, y esa plataforma de madera, representación gráfica y recordatorio constante a los educandos del debido respeto al que habla, no porque ese estatus alzado tenga nada que ver con el ‘Arriba España’ o el ‘Cara al Sol’, sino porque es su maestro.

No sé mucho de docencia porque no es mi profesión, pero ‘mutatis mutandis’, en mi estancia de trabajo al uso, la sala de vistas de un juzgado, el juez o magistrado que dirige el desarrollo del juicio y que es el que lleva las puñetas y como tal, el que manda, -frase cogida prestada a un conocido-, está arriba de estrados. Para dirigirse a su señoría hay que solicitarle la venia, que equivale a pedir permiso para tomar la palabra, y aunque en los juzgados españoles, a diferencia de otros países, no existe una normativa protocolaria a la hora de vestirse, qué duda cabe que hay que ir vestido adecuadamente.

Ahora me explico lo que he podido contemplar atónita en los últimos años de ejercicio de mi profesión: cómo ciertos justiciables, pese a paradójicamente ir excesivamente asustados a juicio, acudían en chancletas o pantalón corto y se dirigían al juez tuteándolo o, incluso, si era jueza, diciéndole «niña».

A los de la «tarima fascista», advertirles que antes o después les tocará entender que la vida está plagada de estamentos y que es la educación la que suele marcar la altura de los individuos.

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