Diario Córdoba

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Joaquín Pérez Azaustre (Julio 2023)

Infinito

El otro día estaba pensando que Rafa Nadal ha pasado de despachar rivales reconociendo lo exitosas que han resultado sus trayectorias y lo importantes que han sido para el tenis, a despacharlos igualmente, pero diciéndoles que tienen mucho talento y una gran carrera por delante. Tanto como si Nadal hubiera tenido posters de sus ídolos del tenis colgados en su habitación juvenil, como Carlos Moyá o Andre Agassi --aunque, no sé por qué, no imagino su cuarto adolescente con esa entrañable idolatría--, como si no, seguramente tuvo que resultarle impactante conseguir derrotarlos: justo igual de impactante que seguir venciendo a los chavales que lo han mirado a él como un icono, los mismos muchachos que ya son el presente y que tienen también sus propios seguidores. Uno sabe que la vida es una sucesión de ascensos y caídas, pero también la certeza --cada vez más finita, pero certeza aún-- de que Nadal está ahí, indoblegable, por encima del tiempo y sus desgastes. Lo dijo Nicolás Almagro hace ya varios años, convertido ahora en meme: «Tendrá sesenta años y seguirá ganando Roland Garros». Pero es así: como Rocky Balboa, Nadal es un espíritu, una naturaleza que ha sabido adaptarse a su propia erosión, a cada circunstancia, a todos los derrumbes. Nadal es el tipo que siempre sigue ahí, que lo sigue intentando, que mira hacia delante y trata de encontrar otras maneras, pero siempre con ese mismo pulso que ha aspirado a sacar lo mejor de sí mismo. El otro día escribió Juan Bonilla un artículo estupendo en el que decía que Nadal debería ser un verbo. Ya lo es. Dices Nadal y sabes que ese verbo solo puede conjugarse para no rendirse. Yo ‘nadaleo’ bastante, qué le vamos a hacer. Escribir es ‘nadalear’ contra viento y marea, porque la otra opción sería la conocida de Larra, y ya está bien de escribir y llorar. Nadal es infinito y nos enseña que la voluntad lo es todo, que la constancia consigue revelar lo mejor de nosotros, porque la perseverancia es la vida.

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