«Todo lo que parece labrado en piedra e inalterable puede deshacerse... No podemos dar por hecho nuestras libertades individuales. La democracia es algo que no podemos dar por sentado, tampoco la paz ni la prosperidad».

(Ángela Merkel. Universidad de Harvard, 2019)

«Pasados 74 años del fin de la Segunda Guerra Mundial, lo que parecía evidente está siendo de nuevo cuestionado».

(Ángela Merkel, Aquisgrán, 2019)

El 25 de diciembre de 1991, hace treinta años, la URSS dejó oficialmente de existir. Este es el hecho histórico. La bandera roja con la hoz y el martillo fue arriada en el Kremlin y en su lugar se izó la tricolor de Rusia. En el año 1999 de modo interino, y en 2000 tras su triunfo electoral, Vladimir Putin se convirtió en presidente de la Federación Rusa y, aunque alternó el cargo con Medvedev por imperativos constitucionales, desde entonces ha sido el líder de este país. Los símbolos son importantes y por ello en su mandato recuperó el himno de la Unión Soviética y adoptó el águila imperial zarista como emblema. Recuerdo que, en el año 2010, en unas jornadas académicas en las que participé en el Instituto Estatal de Relaciones Internacionales de Moscú (MGIMO), su director y los profesores llevaban en sus corbatas el viejo símbolo zarista bien visible. Precisamente en este Instituto se formó el actual ministro de relaciones exteriores de Rusia, Serguéi Lavrov. Pocos años antes, en 2005, Putin había afirmado que la caída de la Unión Soviética había supuesto la mayor catástrofe geopolítica del siglo XX, lo que después ha reiterado en numerosas ocasiones.

Desde entonces un objetivo político bien definido ha marcado su estrategia, aunque algunos pensaban que no era evidente. Él se ha empeñado en recuperar el honor perdido, en la visión de muchos rusos y, sobre todo, en ser no el restaurador del imperio hundido, pero sí el tutor, protector y vigía de todo el espacio que un día fue parte del imperio y también de la vieja Unión Soviética. Por supuesto que no acepta que Rusia sea una potencia regional, como parecía haber sido relegada tras la caída del muro de Berlín, sino que quiere continuar siendo una potencia global.

La realidad económica de Rusia no se corresponde con ese deseo, pero la influencia en los países que la rodean -dotados algunos de abundantes materias primas-, la recuperación de la península de Crimea y otras aspiraciones territoriales podrían, en alguna medida, compensar parte de esa debilidad. Es el «espacio vital» -en su punto de vista- de la geopolítica necesaria para ciento cincuenta millones de rusos bajo su poder.

Ucrania ha tratado de consolidarse como un país soberano construyendo su propia identidad y buscando en Europa un aliado para sus aspiraciones de mantener una independencia política clara en relación con Rusia, y construyendo un régimen democrático que pudiese verse favorecido al estilo de otros países exsoviéticos que ahora integran la Unión Europea. Georgia inició un proyecto similar en relación con la OTAN.

Pues bien, el proyecto político de Putin, ni entonces ni ahora, iba a consentir esos movimientos. En 2008 provocó una guerra separatista en Georgia que escindió nuevos territorios de ese país y acabó con las aspiraciones atlantistas de su gobierno. En 2014 la caída del gobierno prorruso de Yanukóvich forzada por una revuelta popular para que se cumplieran los acuerdos con la UE, también motivó a Rusia para incitar como represalia los movimientos secesionistas del Donbás con el objeto de debilitar a Ucrania y fragmentar su integridad territorial. Lo que igualmente derivó en la ocupación de la península de Crimea, para así demostrar su fuerza. En fin, por no extenderme, ha dado pruebas de que no tolera ningún movimiento que pueda en alguna medida limitar su influencia en el área que ocupó la antigua Unión Soviética en favor de cualquier relación con Occidente.

La Brigada Guzmán el Bueno X en Letonia. RAMÓN AZAÑÓN

Su verdadero deseo es que Rusia sea el eje del mundo eslavo porque de ese modo puede mantener su papel de potencia global y fomentar el espíritu de pertenencia a su gran proyecto entre los países de su entorno. Ha creado además un régimen autoritario en el que no hay lugar a ningún tipo de oposición porque, como también ha dicho públicamente, Rusia no puede ser destruida desde fuera pero sí desde dentro, y para ello necesita controlar todos los resortes internos del poder.

Nuevo movimiento

En este punto nos encontramos cuando, en coherencia con sus propósitos, ha realizado un nuevo movimiento estratégico para demostrar a Estados Unidos y a la Unión Europea que la anexión/recuperación de Crimea es irreversible, que su patio trasero lo va a seguir controlando según ha exhibido en la reciente intervención en Kazajistán, que apoya al dictador corrupto bielorruso, al gobierno prorruso de Georgia y, finalmente, que sus tropas las sitúa en las fronteras de Ucrania para mostrar su músculo militar.

¿Es posible la invasión militar? Es una probabilidad cierta, aunque en mi opinión, todavía queda margen para la acción táctica de una guerra híbrida como la que ahora mismo está abierta y que no supone de momento la ruptura de las hostilidades. De momento, los ataques cibernéticos al gobierno ucraniano, los movimientos de tropas en la frontera, el manejo del suministro de gas, la desinformación para fragmentar a la opinión pública, la posibilidad de reconocer la independencia del Donbás, están jugando su papel.

Una parte del objetivo marcado desde su llegada al poder hace ya veintidós años la ha conseguido. Por un lado, Ucrania no se ha incorporado institucionalmente al mundo occidental, ni a la OTAN ni a la Unión Europea. Y, de otro, ha conseguido que desde las conversaciones de los años noventa sobre la reunificación de Alemania, Estados Unidos haya vuelto la pasada semana a sentarse a discutir con Rusia sobre la seguridad en Europa. Tratará de alcanzar estos objetivos estratégicos por vía diplomática, pero si no lo logra, más de cien mil soldados ya están listos para entrar en acción, aunque no sea de inmediato y se haga con una escalada progresiva del conflicto mediante lo que los rusos han denominado «medios técnicos militares». ¿Es o no es Rusia de nuevo un actor global? ¿Podría de nuevo un presidente norteamericano, como hizo Obama en 2015, llamar a Rusia potencia regional? Creo que ambas cuestiones ya están resueltas: a la primera sí y a la segunda de momento no.

Emprender una guerra abierta es una opción nefasta en todo caso. Mantener una actuación «chamberliana» tampoco me parece una buena idea porque creo que a Putin no es fácil saciarlo: su ambición me da que es de pocos límites. Aunque como ha dicho Dmitri Trenin, la historia ha demostrado que si una gran potencia derrotada no se incorpora al orden de posguerra, «con el tiempo emprenderá acciones encaminadas a destruir dicho orden o, como mínimo a alterarlo». Que ahora Putin haya conseguido sentar en la mesa negociadora a los Estados Unidos es ya un paso importante para él. Rusia lleva tiempo utilizando su estrategia para forzar esta negociación sobre la seguridad en Europa y ahí creo que estamos. Estados Unidos planteó estar dispuesto a negociar una restricción de su presencia militar en Europa del Este, aunque su posición ahora junto a la de la UE es mantener el respeto a la soberanía de Ucrania en su deseo de incorporarse a la OTAN. En todo caso, Europa no puede estar ausente de estas negociaciones.

Desde el punto de vista de la legalidad internacional, la posición de Rusia no es compatible con los derechos de una nación soberana, pero situemos la cuestión en la política real y en los hechos que están sucediendo. Lo que hay es lo que hemos dicho: una posición de demostración de fuerza de un actor que no quiere dejar de ser la potencia global que fue hasta 1989 y para ello necesita mantener su preponderancia e influencia política en los países que la rodean. Además, defiende junto a China, un modelo de gobierno autoritario contrario al que representan Estados Unidos y la UE y que son un mal ejemplo para las naciones vecinas y para el propio pueblo ruso. Y por si eso fuera poco su autoritarismo es seguido por opciones políticas de extrema derecha dentro del mundo democrático que en estos días no saben a qué carta jugar: Trump, Marine Le Pen y Vox callan; Andrej Duda pide ahora ayuda a Europa; Orbán inventa excusas y corre a ver a Putin... En el otro extremo los nostálgicos de la III Internacional no se han enterado de que el mundo ha cambiado mucho en estos treinta años y que Putin es muchas cosas, pero comunista no, demócrata tampoco y los Derechos Humanos no le suenan.

* Director de la Cátedra Unesco de Resolución de Conflictos. Universidad de Córdoba

La Brigada ‘Guzmán el Bueno X’ en el Báltico

En la cumbre de Varsovia de 2016 los jefes de Estado y de Gobierno de la OTAN acordaron desarrollar el fortalecimiento de los programas de disuasión y defensa en el flanco este-sur de Europa y la primera iniciativa fue establecer la presencia avanzada de unidades de los países aliados en la zona de Estonia, Letonia, Lituania y Polonia. Para ello se diseñó una llamada Presencia Avanzada Reforzada (eFP) con carácter defensivo, multinacional e integrado por aportaciones voluntarias de los Estados. Se crearon 4 Grupos de Batalla (BG), liderados por Estados Unidos, Reino Unido, Alemania y Canadá. A España se la asignó el liderado por Canadá con despliegue táctico en Letonia. En este marco la Brigada ‘Guzmán el Bueno X’ envió el pasado 7 de enero 180 efectivos del total de 350 que España aporta a la operación. Los soldados de la base de Córdoba permanecerán seis meses en Letonia como contribución a la seguridad euroatlántica, «mediante medidas de disuasión creíbles a través de un despliegue de naturaleza defensiva». Este es el tercer contingente «cordobés» que acude a la zona desde el inicio de esta misión y desplegarán carros de combate Leopardo y vehículos de infantería Pizarro, además de otro armamento. En este momento la OTAN ha puesto en estado de alerta a todo este flanco oriental, reforzándolo con nuevas unidades y posicionando tropas norteamericanas bajo el mando de la organización atlántica.