Las temperaturas en París oscilan estos días entre los 5 y los 11 grados centígrados. El jueves 20 de enero estaban entre los 3 y los 5 grados. Bastante frío, pero no suena escandaloso. Menos grados se estilan por aquí en Teruel o en Burgos, e incluso en Córdoba hemos tenido días pasados mínimas en torno a 1 grado. O sea, sabemos bien cómo se está en la calle a determinadas horas, y por eso nos vamos a casa y encendemos la calefacción o el brasero (y por eso, vuelvo a repetir porque me preocupa, se están produciendo tantos incendios en viviendas, con varias muertes en Andalucía).

Pocos recuerdan a René Robert, que murió de frío en una calle de París hace unos días, cuando se cayó al suelo ante el número 89 de la calle Turbigo, y permaneció tirado entre un portal y un comercio durante nueve horas mientras los transeúntes circulaban junto a él sin prestarle atención. Paradójicamente, fue un sin techo el que, a las seis de la madrugada de ese 20 de enero en el que las mínimas no sobrepasaron los 3 grados, llamó a los bomberos. Estos lo llevaron al hospital pero era tarde: murió de hipotermia. Congelado. Pocos recuerdan a René Robert porque tenía ya 84 años y se le había pasado la edad del triunfo. También porque cuando él retrataba a los grandes del flamenco, desde Camarón y Paco de Lucía hasta Lole y Manuel, en las últimas décadas del siglo pasado, la figura del fotógrafo como artista no tenía la proyección social masiva que puede tener ahora.

Así que su figura va a ser redescubierta ahora, a raíz de su trágica (e inhumana) muerte. El Instituto Cervantes ha transmitido su pésame, pues colaboró con él -la última vez en una exposición hace solo dos años-, y suponemos que los mayores del flamenco, esos que llevaban el cante, el baile o la guitarra a los locales de París, o esos que lo conocieron en sus viajes a España, tendrán un momento de recuerdo para él como ser humano y para su grandísimo trabajo. A los demás nos queda reflexionar aunque sea un poquito sobre la atención que prestamos, cuando caminamos rápido en busca del certero refugio de nuestros hogares, a esas personas que están entre dos portales, o en el escalón de un comercio, cubiertas de mantas sobre un lecho de cartones. Quiero pensar que si René Robert se hubiera derrumbado en un rincón de una calle de Córdoba y no en la cosmopolita Ciudad de la Luz enseguida alguien lo hubiera recogido o avisado para su rescate. Pero, ¿sería así? Quizá antes vendría el pensamiento temeroso de la posible agresión que puede sufrir quien quiera prestar ayuda, o la moralina de que hay albergues para acoger a los ‘sintecho’... La indiferencia nos define. En esto, y en todo. Quizá nadie se fijó en que René Robert no se arropaba con una colcha costrosa, quizá nadie vio en él a una persona, solo un bulto más en la acera.