Miro a lo alto, a las ventanas del muro del antiguo convento del Corpus Christi que dan a Ambrosio de Morales, y me pregunto si estará ahí, y qué hará. ¿Escucha música, lee algo, conversa con alguien, ve las noticias y sus tambores de guerra en el crepúsculo gris del sábado? En realidad, da igual si está ahí o no, porque yo sé perfectamente dónde está Antonio Gala en este momento. Está en mi cabeza, en mis recuerdos, en mis lecturas. Está, por ejemplo, en los centenares de artículos que cerraban el dominical de EL País en los ochenta, reducto de cultura, de estética, de información y libertad, cuando la gente leía periódicos en papel y se llevaba a casa un montón de páginas para toda la semana. Está en aquella magia de su palabra escrita en otros periódicos, libros, guiones de televisión y libretos teatrales que yo devoraba. Está también en el momento breve de aquella tarde en el pub Abades de Sevilla donde pude cruzar un par de frases risueñas con él y Jesús Quintero después de que diera una maravillosa charla en el palacio de los Pinelo cuando ‘La Menéndez’, universidad de verano. Está en aquella carta suya en respuesta a otra mía en la que le adjunté unos poemas, una respuesta más cálida de lo que sin duda merecían. Miro hacia las ventanas que se abren en la blanca pared del Corpus Christi sobre Ambrosio de Morales y pienso que son pequeñas, que allí no cabe tanta grandeza, que la calle, la pared blanca, como el invierno, están solas, muy frías para espíritu tan cálido, tan vivo, tan amueblado de sentidos comunes y valentías. Leo con total credulidad que un acto vandálico destrozó la exposición que en las Tendillas recuerda los cincuenta años de la Universidad, y digo que lo leo con credulidad porque en estos tiempos todo es posible, cualquier espanto, incluso atentar contra fotos y textos de cuando Córdoba nació de nuevo a tanta sabiduría. Veo a Gala en una de esas fotos recibiendo el Doctorado Honoris Causa en mi Facultad, y ahí sí está, en el recuerdo apasionante de la vida de aquellos años ochenta apasionados, libres e irrepetibles. Y recuerdo las risueñas frases de aquella tarde lejana. Ojalá algún día.

* Escritor

@ADiazVillasenor