Tan hechos al brasero estamos en Andalucía que no nos damos cuenta de lo mucho que sorprende de Despeñaperros para arriba. En un almuerzo invernal en el mesón Juan Peña, con un grupo variopinto sentado en una mesa con braseros, calentando a todo gozo los pies ateridos y las rodillas rígidas tras un largo y frío paseo, la pregunta de los comensales a los anfitriones fue: «¿De verdad que esto lo tenéis en vuestras casas?». Pues sí. En casi todas. Quizá un brasero evolucionado, sustituido ahora por radiadores pequeñitos, más seguros, pero brasero al fin.

El brasero tiene un halo romántico, con las cálidas faldas de la mesa camilla y ese qué difícil es levantarse una vez te has acomodado, pero responde también a una realidad muy dura de viviendas sin calefacción en una Andalucía donde no todo es calor y en la que hay (que se lo digan a los granadinos, pero también a los jiennenses, a los cordobeses y a las muchas zonas serranas de la comunidad), muchos lugares donde los inviernos tienen periodos de intenso frío y humedad.

Siento no estar versada en su historia. Por lo que sé, su nombre vendrá de su uso, no necesariamente andaluz en este caso, pues aprovechar las brasas de una candela parece práctica universal. Las casas con chimenea reciclan así muy sabiamente (y algunas añaden la aromática alhucema) los restos de la hoguera, y, cuando no existe el lujo o la disponibilidad de leña, el picón ha venido resolviendo hasta hace poco esa necesidad de calor. En los pisos, el eléctrico, cada vez más protegido en su diseño, ha permitido mantener la costumbre, pero nada de ello evita del todo el destino trágico que acompaña al uso de estos sistemas, pues todos los años sigue muriendo gente en su casa, a causa del fuego que prende en las faldillas o intoxicada por los gases.

Así que el «hornillo andaluz», como lo definen algunos castellanos --con cariño, pues también les encanta- lleva en su historia el sello de la falta de medios y de la pobreza, del ingenio de concentrar en torno a una mesa las necesidades de calor de una familia y dejar el resto de la casa tan gélido que en algunas podrían pasear los pingüinos por el pasillo. Cada vez que se produce uno de estos terribles accidentes -el viernes amanecimos con el horror de dos muertes y un herido crítico en una familia de Maracena- , sea con el brasero, sea con la estufa de butano, sea con una instalación estropeada, sea, en fin, por un desolador descuido, recordamos que el «hornillo andaluz» reúne la más sencilla felicidad doméstica y la ¿inevitable? tragedia.