La buena noticia es que Sánchez ya ha apagado el volcán. Igual que fue capaz de vencer cinco veces la ola salvando con ello, según se vanaglorió, miles de vidas. Estamos de suerte, un tipo que ha sido capaz de apagar un volcán en tiempo récord y de vencer cinco olas de una pandemia, además de doblegar no sé cuántas curvas -eso sí, con la ayuda inestimable de Simón- es capaz de acabar con la sexta en un pispás. Por ejemplo en un mes, por ejemplo cuando pasen treinta días desde estas entrañables fiestas. La mala noticia es que Sánchez encarna a la perfección no sólo el talante pícaro, fantasma y fanfarrón de esta caduca y periclitada nación, sino el de la civilización occidental toda. Una civilización occidental que ha institucionalizado la mentira, la volubilidad, el llamar al todo por la parte, o viceversa en plan metonímico, la hipocresía, el desahogo, la caradura, y el ahí me las den todas que yo me voy a La Mareta. Una civilización occidental que ya sí que tiene lo que se merece, que celebra fiestas navideñas y años nuevos como si no hubiera un mañana, que aloja en hoteles de varias estrellas a pobres desgraciados rescatados del mar y víctimas de las mafias, para arrojarlos a continuación a la marejada de la calle, del paro y la exclusión, pero que no es capaz de llevar ayudas en euros o simples casas prefabricadas a los propios nacionales desalojados por un volcán o el desahucio, ni de revertir los ERTE ni nada importante. Pero, eso sí, mucho género y génera y mucha dieta vegetal y mucha renovable, que servirá a medio o largo pero cuya apuesta exclusiva estrangula el corto plazo. Y volviendo a las dietas, una civilización de risa en la que en las tiendas los envases de zumo contienen un tres por ciento de zumo, las lonchas de embutido se transmutan en plástico en la nevera, las galletas de jengibre tienen un dos por ciento de eso. Un sistema en el que te cobran la bolsa mientras que todos los envases son plásticos. O sea, la mala noticia es que no es Sánchez la mala noticia, sino que Sánchez es el trasunto y la antonomasia del espíritu de este maravilloso presente que llaman sociedad del bienestar. O del soma.