Suele decir que, más que escritor, es alguien que escribe, y que como escribir no es su profesión, tampoco le quita el sueño proyectarse como literato más allá de su sombra, que siempre estará asociada a su pasión por las piedras del pasado y la continua defensa que hace de ellas como arma de futuro. El caso es que Desiderio Vaquerizo Gil no será escritor profesional, pero no cesa de parir libros con furia letraherida. Aparte de la fecunda cosecha que lleva tras de sí, en estas últimas semanas del año ha dado a la luz pública –y seguro que guarda en el cajón otros folios inéditos- tres obras que además llegan envueltas en muy distintos géneros. Lo cual da idea de que este tipo que te habla con muy elocuente dicción serena mientras despliega en mirada inquieta sus grandes dotes de observador no solo ama las palabras tanto como las piedras sino que las derrama de todas las formas posibles.

Pertinaz cultivador de amigos a prueba de tiempo y circunstancias, el catedrático de Arqueología de la Universidad de Córdoba y articulista de este periódico reunió ayer tarde a un buen puñado de ellos en torno a su última criatura literaria, ‘Penitencia de agua’, el primer poemario que, hombre íntimamente reservado, Desiderio Vaquerizo se ha atrevido a publicar. Así que, con la iglesia del Colegio de Santa Victoria como escenario redondo en todos los aspectos, puso a las amistades a entonar -con más o menos soltura, se hizo lo que se pudo- los versos de esta caja de sorpresas. Editado por la Diputación, el libro envuelve poemas sensuales y sencillos -la belleza real radica en las pequeñas cosas y que hay que ir a buscarlas, reconoce- en hermosas fotografías de un expresionismo sobrecogedor en blanco y negro.

El encuentro poético, que fluyó líquido, transparente y con la Córdoba amada e incomprensible de rumor de fondo, como el poemario mismo, llegaba apenas unos días después de la presentación de la séptima novela de Vaquerizo. Se trata de ‘Muerte entre corales’, una narración a muchas voces, obra «de madurez» según su autor, que busca una reflexión sobre los límites morales y la pérdida de valores del mundo actual. Una ficción desarrollada entre España, Indonesia y África que transcurre entre el siglo XIX, con la explotación colonialista del Tercer Mundo, y el tsunami devastador del 2004 en mitad del paraíso, todo impregnado de la violencia gratuita del hombre, que fue y sigue siendo un lobo para el hombre, aunque también capaz de la mayor generosidad. Está también presente, como en casi toda su producción literaria -no digamos ya en la científica, inspirada siempre por el rico patrimonio arqueológico de un yacimiento único- la ciudad que este extremeño (Herrera del Duque, 1959) hizo suya, con sus grandezas y sus miserias, su esplendor y su indiferencia, desde los años de alumno aplicado de la Laboral. En Córdoba se formó y aquí decidió desplegar su trayectoria de docente e investigador. Y, desde 2008, de columnista crítico con su entorno y azote de instituciones, lo que no ha impedido que el mismísimo alcalde diera el espaldarazo de salida a su última novela.

Todo un honor que él, saciado de vanidades como dice estar, digiere como otros reconocimientos con gratitud y cierta distancia. Prefiere seguir echándose pulsos a sí mismo con nuevos retos, como el de traducir del italiano la biografía de Francesca Ghedini sobre Julia Domna, la poderosa mujer en tiempos de los césares, que acaba de editar Almuzara con un prólogo suyo. Y así hasta el siguiente desafío, que no tardará en llegar.