Cuando leo la Carta de las Naciones Unidas suscrita en junio de 1945 y a continuación la Declaración de los Derechos Humanos de 1948, desde hace un tiempo aquí, me pregunto si hoy las naciones volverían a ser capaces de dotarse de ambos instrumentos para ordenar las relaciones internacionales y reconocer un mínimo de dignidad a todos los seres humanos. El mundo nacido después del desastre de la II Guerra Mundial ha cambiado extraordinariamente. Ahora tengo la sensación de vivir un presente de vértigo constante y sostenido. Un descontento generalizado parece recorrer la faz de la tierra. No se cuánto más aguantarán las costuras del proyecto nacido en los años cuarenta y en el que hemos visto crecer en muchos aspectos un mundo mejor que el que existía antes de 1939. Un mundo que puso fin a un largo invierno en algunas facetas.

La tensión que se vive en la frontera entre Rusia y Ucrania no hace presagiar nada bueno. Rusia no se encuentra cómoda con la frontera de la UE presionando las suyas. El mundo bipolar muerto en 1989, tras una prepotencia norteamericana que llegó a las puertas del nuevo milenio, ha dado paso a una realidad tripolar. Rusia desafía a la Unión Europea. China y Estados Unidos, en ocasiones. Afortunadamente, de momento, las bravuconadas antieuropeístas de Trump ahora no continúan, aunque no es imposible su vuelta en 2024. Pero la llamada guerra híbrida, desatada indirectamente por Rusia en la frontera polaca y directamente en la ucraniana, ha traído el debate sobre la necesidad de una Unión Europea más autosuficiente en materia de defensa incrementado el porcentaje del PIB destinado a ese gasto. La necesidad de una mayor integración en materia de seguridad y defensa se está articulando como el medio necesario para defender los valores que la Unión representa. ¿Debe ello significar una debilitación del compromiso europeo con la Alianza Atlántica? De momento no es fácil esta opción y, además, siendo realistas, poco viable.

China, por su parte, reclama su hegemonía en Asia y de entrada reivindica la anexión de Taiwán como parte irrenunciable de su territorio soberano. Este eje de tensión repercute claramente en la estabilidad global y está provocando un rearme en la región del que no podemos ser ajenos y que está condicionando y articulando nuevos equilibrios en la zona: léase la alianza de Estados Unidos, Reino Unido y Australia y Japón observando con intranquilidad. Algunos hablan ahora de una nueva modalidad de guerra fría, diferente a la anterior, en la que habrá un desacoplamiento (’decoupling’). Esta especie de división de dos mundos en uno se está produciendo en muchos espacios: ideológico-político (democracia/autoritarismo, liberal/iliberal), económico (crisis de los conceptos tradicionales de apertura/protección), internacional (cooperación/rivalidad desmedida) y tecnológico donde se pretende iniciar una ruptura entre dos modelos de desarrollo.

En este escenario de tensión, la crisis del covid no solo no ha desaparecido, sino que justo a las puertas de la Navidad ofrece un escenario bastante ensombrecido, con un exponencial crecimiento de casos que, en alguna medida, si se confirman los presagios sobre la variante omicron, ponen de relieve que nuestra insolidaridad en la vacunación global tiene graves consecuencias.

La coincidencia de factores económicos negativos: falta de materias primas, problemas de producción de alimentos básicos, encarecimiento de precios, problemas con el suministro de energías tradicionales y la transición hacia la economía ecológica y digital, han abierto una lucha para acaparar recursos. Las consecuencias que sobre las economías individuales ya estamos notando, aseguran un invierno muy complicado. El malestar social va a ser aprovechado por la extrema derecha para azuzar el descontento contra las democracias liberales a las que ya están culpando de todos estos males.

En Europa este malestar ha explotado con la manipulación que movimientos de ultraderecha perfectamente organizados, han puesto en marcha para canalizar la oposición a la utilización del pasaporte covid y a la vacunación obligatoria. En pocos meses habrá elecciones en Francia y en Italia y, de nuevo, estos movimientos de «orden y autoridad», trufados de una falsa reivindicación de libertad, azuzarán el descontento social para obtener ganancias electorales. Desafortunadamente una parte de la sociedad no confía en el futuro y ve con preocupación un sombrío panorama en el que sus expectativas no se van a ver realizadas.

Los valores democráticos y humanistas que representó aquel renacer del mundo al que me refería al principio, están siendo cuestionados. Los movimientos globales de ultraderecha tienen bien definido el plan para horadar todo el sistema nacido en la posguerra y volver a fomentar el ultranacionalismo, la xenofobia, el egoísmo y el autoritarismo como valores para sortear un invierno lleno de malestar. Entretanto, los partidos democráticos no son capaces de ofrecer ilusión ni liderazgo y se enredan en debates muchas veces estériles que se aprovechan por quienes solo saben apelar a los sentimientos y las pasiones ofreciendo soluciones que son tan falsas como ellos, pero que seducen a la masa.

Ahora, por si faltaba algo, nos encontramos con un enfrentamiento entre Francia y el Reino Unido que viene todavía más a generar confusión y desanimo ante un presente tremendamente complejo. Si las medidas de reactivación económica previstas por la Unión Europea son absorbidas por la subida de precios y los problemas derivados de la crisis de suministro energético, ello supondrá un revés de muy difícil solución para conseguir que la racionalidad y el desapasionamiento vuelvan a la ciudadanía.

Por todo ello, dudo mucho que hoy volviésemos a ponernos de acuerdo en los valores que supusieron el renacer de un mundo algo más justo y que dio niveles de bienestar social, que ahora pueden perderse de nuevo, dando paso a las sombras del periodo de entreguerras que fue llenado por los que supieron aprovecharse del descontento para ofrecer sus mágicas soluciones llenas de orden, autoridad y muerte. Qué corta es la memoria del ser humano y qué estúpido es volver a confiar -ahora bajo nuevo disfraz- en quienes representan muchos de los valores que destrozaron casi todo un continente al paso de la oca. Ya se, ahora ya no visten así, pero si escuchan con atención verán que sí hablan como aquellos. Parece mentira que sigan creciendo en las encuestas y que la gente, sobre todo los que más perderían con ellos, les sigan y, lo que es peor, les voten. El invierno de las incertidumbres, si dura hasta el verano, será aprovechado por estos vendedores de un falso futuro para colocar su mercancía: la inferioridad moral de la extrema derecha. Tan repugnante y odiosa que uno no alcanza a entender cómo es posible que alguien se la compre, pero el ser humano parece estar condenado a repetir su errores, por terribles que estos fuesen.