Hace buena tarde. Hay que aprovechar el sol. Con el cambio de hora anochece muy pronto. Parque infantil grande y muy concurrido, columpios, risas, intrépidas escaladas por peldaños de cuerda, balancines con formas de moto o de caballo, algún que otro llanto, no se pega, pídele perdón. Un grupo de madres charla mientras sus criaturas, cuatro o cinco años, se entretienen maniobrando sobre el terreno equipadas con cubos, palas y moldes playeros con forma de animales acuáticos, chinitos a la boca no, mi vida, a la boca no... Más allá, en unos bancos, hay chavales que contaminan acústicamente el ambiente con un altavoz a demasiado volumen. Al lado del grupo de mujeres hay un hombre de mediana edad con una mochila del Decathlon a la espalda, una mochila que le queda pequeña, una mochila con pinta de contener toallitas y una botella de agua animada con los dibujos de moda, tal vez un táper con fruta amorosamente partida. El hombre está pendiente del móvil, pero no aparta la vista de la zona de recreo, de vez en cuando incluso hace alguna foto. Ahora recibe una llamada y se aleja momentáneamente de la valla, tal vez es algo del trabajo o tal vez habla con su pareja, dime, aquí en el parque, bien, todo bien, sin problema... Cuando termina la conversación, el hombre alza la voz a lo lejos, al remolino de chiquillos de la otra punta, una voz firme: «¡Alejandro, con cuidado, campeón, con cuidado!».

Luego, para entablar conversación con las mujeres de al lado, dice como para sí mismo y para ellas: «¡Con cuidado, Alejandro de mi vida, que hoy no tengo ganas de ir al centro de salud». Cuando capta la atención de las madres, el hombre explica que el otro día tuvo que llevar a Alejandro al centro de salud porque se hizo una brecha en la barbilla, vamos, que no fue nada, puntos de aproximación, pero la sangre es muy escandalosa y el ratito que pasa uno... Las mujeres le sonríen con complicidad y recuerdan episodios similares, caídas, brechas, un hombro que se sale… luego hablan de lo mala que está la cosa en el centro de salud, de lo que tienes que esperar, vaya tela. El hombre aprovecha la ocasión para preguntar a sus interlocutoras ocasionales si son de la zona, a lo que ellas responden afirmativamente. «Es que nos hemos mudado hace poco y tenemos que elegir pediatra», explica él para justificar su pregunta. De inmediato las mujeres refieren ventajas e inconvenientes de cada profesional, uno que tarda en mandarte el antibiótico lo más grande y otra que a veces es un poco seca. El hombre escucha atentamente e incluso toma nota en el móvil de los nombres facilitados por el comité de expertas. «Alejandro, ¿quieres hacer pipí?», la pregunta del hombre da pie a otro intercambio de testimonios sobre claves de la retirada del pañal. Poco a poco va anocheciendo, ponte el chaquetón, Candela; venga, Pablete, que nos vamos a ir; hasta otro día, nos vemos...

El parque se va vaciando hasta quedar casi desierto. Solo queda el hombre de la mochila, el padre falso del hijo imaginario, el hombre mirando el móvil en un banco, el hombre que tal vez ha escogido esta tarde a su Alejandro.

*Profesor