Tengo la desgracia de vivir con verbos grandes. Corro, anhelo, deseo, salto, amo, odio, engullo, devoro. No puedo beber un sorbo, tengo que terminar la botella. No puedo probar una tapa o un bocado, tengo que terminarme la fuente. Soy así y me conozco, por lo que me evito las tentaciones, menos en el asunto de comer, en el que no tengo tasa y para el que estoy muy dotado por la naturaleza. «¿Por qué pones el doble de arroz? Porque viene Miguel». «¿No serán muchos flamenquines? Viene Miguel.» «¿Tendremos con cuatro pizzas para cuatro? Viene Miguel». Vale.

Me preguntan mucho, cuando me ven afligido porque la comida se ha terminado y mis miradas furtivas a los confines de la mesa, oteando en busca de supervivientes, pasan a ser torvas e intensas; sobre la cantidad ideal para que una comida sea satisfactoria. La satisfacción depende del alma de cada uno, qué sé yo. Los hay satisfechos con un barrio e insatisfechos con un planeta. Entiendo que es más sencillo definir lo insatisfactorio, y ofrezco una medida para mí clara y exacta: el medio pollo.

Te sirven platos detallistas y exóticos, dorados como píldoras, formas de comer colores y recuerdos. Circulan los crujientes, una ración correcta de tallarines, tal vez algunas piezas de sushi. Todo termina, y te preguntas: yo, en este momento, en mi cuerpo ya lo que se supone una comida completa, ¿podría comerme medio pollo? Si la respuesta es afirmativa, la comida es de medio pollo. El método es infalible para analizar el grado de eficacia de una comida. En casa, que una comida sea de medio pollo se puede perdonar. Pero cuando a uno le crean expectativas, la cosa cambia. Ahí la satisfacción va ligada a un punto de hartazgo, a cierto aburrimiento de comer, a un poco de miedo a que traigan algo más. A la culpabilidad. Si mi conciencia está limpia, la expectativa se ha defraudado. ¿Y cómo va a estar sucia mi conciencia, si podría comerme medio pollo?

He ido desarrollando la técnica de tener un pollo preparado en los peroles para aniquilar cualquier resistencia. Lo dejo metido en el horno a baja temperatura durante horas, abierto en mariposa, con su buen día largo de marinado. Un golpe fuerte para dorarlo, y pollo para todos. Me gusta anunciarlo para que la gente coma con confianza, sabiendo que está en buenas manos. «Y además hay un pollo en el horno». Se les nota inmediatamente la seguridad, la garantía. Saber que en caso de necesitarlo hay medio pollo disponible, sin prejuicios, tranquiliza mucho.

La cuestión filosófica es si medio pollo es una comida de medio pollo. Si el pollo es de tamaño normal, y no uno de esos pigmeos que venden ya hechos, diría que no. En ese caso medio pollo es la comida justa, y no haría falta más. Pero medio pollo de los pequeños puede, ahí sí, ser comida de medio pollo. Adelante, medítenlo. Terminen un menú de puntillas, dispuesto con la mejor intención, y piensen si no pondrían cara de ilusión ante la resplandeciente mitad de un pollo asado.

*Abogado