A la gente corriente no nos suelen permitir asomarnos a la cocina cuando se cuecen asuntos en la olla grande. Raro es que nos adelanten algo antes de que ya los veamos servidos en el plato porque lo normal es que no nos cuenten nada. Cosa que no llega a ser tan negativa como cuando los que están en el guiso ven que a la olla se le filtra algo de olor mientras cuece, porque en ese caso directamente nos engañan. Ejemplo de esto es el «de pronto» infinitamente creciente precio de la electricidad. Nadie tiene ni idea por qué pero tampoco nadie va a escapar de sufrirlo en su factura. En las últimas décadas hemos sido atropellados de forma repetida, dada nuestra ignorancia de gente corriente, por una serie de acontecimientos con envergadura suficiente como para golpear más o menos fuerte a toda la Humanidad y, lo que es más flagrante, a cada uno de nosotros de forma particular. Rememorando desde treinta años acá algunos de ellos, son ya demasiadas las veces que nos hemos visto abocados a replantear fundamentos que hasta llegado el momento dábamos ilusamente por «inamovibles». ¿Quién podía esperar en 1990 que la URSS se fuera a disolver? ¿Quién podía imaginar antes de 2001 un ataque como el perpetrado contra las Torres Gemelas y todas sus consecuencias posteriores? ¿Quién vio venir la crisis financiera global de 2008? ¿Quién sabe de dónde surgieron casi simultáneamente en 2011 los movimientos de indignación como el 15M, Occupy Wall Street, o las «primaveras árabes»? ¿Quién se atreve a poner la mano en el fuego para defender cualquier «certeza» sobre la pandemia que estamos padeciendo? La respuesta a estas preguntas y otras muchas más es nadie, porque la gente corriente no tenemos ni idea de nada si lo que se está cociendo va a tener cierta importancia o amplia repercusión. A fuerza de tanta sorpresa de esas que hacen cambiar el paso nos hemos ido convirtiendo en grandes encajadores de acontecimientos inesperados. Resulta difícil entender que siempre estemos recibiendo desde las altas esferas de poder mensajes grandilocuentes sobre libertad, democracia o transparencia cuando, a la hora de la verdad, no contamos con la suficiente información veraz y necesaria como para ejercer nuestra libertad, participar plenamente de la democracia, o tener un mínimo control que evite la corrupción. Nuevamente «de pronto» los noticiarios nos van preparando con su táctica habitual de comenzar suavemente para ir ganando intensidad poco a poco, para que vayamos encajando unos vaticinios de corte oscuro en los que la común línea argumental utiliza mensajes como escasez y encarecimiento de materias primas, inflación, subida de tipos, reducción drástica de las expectativas de crecimiento, e incluso el riesgo de apagón mundial. Me debo haber perdido algo. ¿No nos decían hace nada que cuando se lograse controlar la pandemia el rebote económico iba a ser espectacular? Se puede llegar a comprender que existan asuntos que es mejor no divulgar para evitar consecuencias mayores, por ejemplo asuntos como la crisis de los misiles de Cuba en 1962 en los que el mundo estuvo al borde de una guerra nuclear y que informar de ello hubiese desatado el pánico a nivel global, pero de eso a vivir permanentemente en la inopia hay una gran diferencia. Una desinformación premeditada que sólo nos deja el rol de sufrientes resignados ante una sucesión de acontecimientos que de ningún modo podíamos ver venir, y un estado de incertidumbre y desasosiego para afrontar un futuro cada vez más inseguro de planificar. No es de recibo que en unos tiempos en los que tenemos tan a mano tantos medios de comunicación se nos haga tan esquiva la auténtica información.

* Antropólogo