A despecho de las opiniones negacionistas, en franco retroceso, existe una evidente concienciación por parte de la opinión pública acerca de la necesidad de plantear soluciones eficaces para paliar los efectos del calentamiento global. Y ello de forma ya muy urgente, pues en tanto que los fenómenos meteorológicos de carácter extremo son cada vez más frecuentes e intensos, también algunas amenazas potenciales tienden a concretarse como desafíos inmediatos; todo ello aunque apenas se aluda esporádicamente a ciertos riesgos quizá encubiertos pero muy reales, como la liberación del metano subyacente en el permafrost siberiano o la involución de las corrientes marinas, algo que en ambos casos podría ser ya irremediable y tendría efectos absolutamente catastróficos.

¿Podemos, entretanto, mirar con esperanza a la celebración de la próxima COP 26? Mientras continuamos ingiriendo enormes cantidades de plástico depositado en las entrañas del pescado que llega a nuestra mesa, los incendios devastan los bosques y cualquier interés económico prima descaradamente sobre los ecológicos, algunos líderes mundiales muy representativos ya han anunciado su ausencia en la cumbre de Glasgow, donde, por lo demás, se fraguan algunas huelgas durante la próxima semana en sectores clave, así como protestas y alborotos por telón de fondo, lo que tampoco parece beneficiar la llegada de los necesarios acuerdos.

La lucha contra los efectos del calentamiento global ha de ser también global, con toda la población mundial involucrada. Porque es un problema de todos y únicamente entre todos será posible alcanzar una solución. De otra forma, cualquier esfuerzo será estéril, pero ese compromiso universal parece estar todavía muy lejano, como también lo están el consenso y resoluciones de una cumbre que nace debilitada ante intereses espurios.

*Escritora