Como se decía en la glosa de la erección semi-centenaria de la Universidad de Córdoba -(en la realidad factual e historiográfica esta conmemoración se cumplirá de hecho en el 2022)-, el I Congreso de Historia de Andalucía significó un acontecimiento de la máxima magnitud en el proceso de su consolidamiento. En efecto, hasta entonces no se había registrado en suelo español y en el ámbito de incomparable cultura ningún otro evento de tal naturaleza. Los paraninfos de las cuatro Universidades en que se llevó a cabo, vieron sus amplios aforos colmados hasta el desbordamiento; y durante las sesiones vespertinas de «Andalucía, hoy» la asistencia de público pudo equipararse a la de los días de gala de los espectáculos de mayor atracción popular. El ya citado y por desgracia desaparecido en fecha no lejana D. Manuel F. Clavero Arévalo no ocultaba al respecto, según ya recordábamos, su entusiasmo incontenible en una hora crucial para el Sur y el conjunto de España. Todo o casi todo parecía posible en orden al progreso y modernización del país...

Mas, con todo, el significado del Congreso estribó esencialmente en el avance experimentado en el conocimiento del pasado de una de las regiones más importantes en cualquier dimensión de la historia europea y, con ella, en no pocos extremos, de la mundial. Una ancha gavilla de los más acreditados nombres de la historiografía internacional: desde el mítico norteamericano Hamilton hasta ya el no menos famoso D. Antonio Domínguez Ortiz, al lado de D. Juan de Mata Carriazo, José Luis Sampedro, M igual Artola Gallego, Jordi Nadal, L. Sánchez Agesta G. Céspedes del Castillo, Emilio Orozco, F. Morales Padrón, Lourdes Díaz Trechuelo, R. Castejón y Martínez de Arizala, Jacinto Bosch, M. Tuñón de Lara, Josep Pérez, D. Manuel Nieto Cumplido, D. Joaquín Bosque Maurell, C. Castilla del Pino, Antonio Gallego Morell, J. L. Comellas, y otros muchos autores por entonces en la cumbre de un envidiable prestigio, mantenido sin mácula ulteriormente, presentaron ponencias o dirigieron mesas redondas con aplauso rendido de sus numerosos oyentes. Entre estos se contaban, por supuesto, otros congresistas provenientes de hornadas más jóvenes, pero usufructuadores ya de una trayectoria muy descollante, a la manera, v. gr., de M. Ladero Quesada, Luis Navarro, C. Martínez Shaw, R. Sánchez Mantero, E. Cabrera, J. F. Rodríguez Neila, L. Palacios y muchos más, que aseguraban -como así fue...- que el timón de la historiografía andaluza e hispana descansaba en firmes manos.

Casi sin excepción alguna todos los mencionados vieron colectadas sus contribuciones en los bien colmados 15 volúmenes de las Actas que patrocinó la Caja de Ahorros y Monte de Piedad de Córdoba. Su publicación entrañó el digno y venturoso remate de una proeza cívica y cultural agigantada con el paso el tiempo. Pues, sin desmesuras ni alharacas, hubo, en verdad, un antes y un después en la andadura andaluza y, con ella, de la española, del I Congreso de su Historia. Que la recién fundada Universidad de Córdoba fuera su principal hogar refrendó de modo tan irrefutable como espectacular su pronta y asombrosa adultez.

* Catedrático