Llevamos más de un añoy medio sufriendo los efectos de la infección por covid-19. En este tiempo ya nos ha dado tiempo a conocer gran parte de sus consecuencias, las más y menos perceptibles, hemos sufrido la tragedia de los fallecimientos de seres queridos y queda seguir conviviendo con la infección y sus efectos para las personas que la han pasado. Entre esas consecuencias, ha aparecido sintomatología psicopatológica y neurocognitiva. A estas alturas los datos apuntan a sintomatología relacionada con el estado de ánimo y afectiva y también con afectación mnésica y ejecutiva.

En ese sentido, es frecuente ver pacientes en consulta que ven cómo su calidad de vida ha quedado deteriorada o incluso como su vida cotidiana queda paralizada por un sentimiento de tristeza terrible o cómo personas con profesiones que requieren elevada demanda de recursos cognitivos (atención, memoria, velocidad de procesamiento etc.) quedan sobrepasados por demandas profesionales que antes de la pandemia hacían cotidianamente y sin dificultad.

Desconozco cuáles son los modelos organizativos que la sanidad pública andaluza pondrá para intentar atender a estos pacientes, creo que no sería descabellada la creación de equipos multidisciplinares provinciales compuesto por profesionales de la neumología, neurología y neuropsicología y la colaboración de salud mental, sea como fuere una vez que ha pasado lo que parecía más grave y urgente, será necesario un abordaje donde las múltiples secuelas derivadas del covid sean atendidas y deberían serlo por la sanidad pública; no todo el mundo podría acceder a una atención de este tipo por el coste económico que tendría, ya lo estamos viendo con la saturación de las consultas de las especialidades mencionadas más arriba desde hace años a lo que ahora habría que añadir la población afectada por la pandemia.

Pero es difícil, llevamos años en los que nuestros políticos pugnan en la batalla electoral por bajar los impuestos, algo que hace difícil tener un sistema sanitario publico que mantenga la calidad, cada vez más se demanda una mayor y mejor atención a distintas patologías que no eran atendidas, algo que desde un punto de vista ético no deja de ser algo grave. Sabemos que tal vez no todo puede ser atendido, pero sí hay que intentar llegar al máximo de población y de patologías. La pandemia debería habernos enseñado varias lecciones, la importancia de esos trabajos que denominamos de baja cualificación, profesionales sanitarios y tantos otros que su labor era callada pero responsable en esos tiempos de zozobra por la incertidumbre de lo que podía pasar, mientras tanto nunca vimos a los consejeros de las grandes corporaciones aportar nada.

Hace unos días, Boris Johnson, primer ministro británico anunciaba una subida de impuestos para «salvar la sanidad pública» y lo hacía a sabiendas del malestar que eso generaba tanto en su partido como en la oposición, irresponsables los unos y los otros. Tras una pandemia como la que hemos pasado, con los déficits que la sanidad pública arrastraba de años de recortes decididos por ejecutivos de uno u otro signo, es algo inevitable y quien diga lo contrario sabe que está mintiendo, salvo que persiga una sanidad para ricos (privada para los que pueden acceder a ella pero que recurre a la sanidad pública cuando se complica la patología) y otra pública de baja calidad para aquellos con menos recursos. Por ello, los partidos deben reflexionar y esa reflexión trasladarla a la ciudadanía, y tienen que decir abiertamente que no es posible una sanidad pública de calidad paralela a una menor recaudación de impuestos. Si no lo hacen, lo tendremos que hacer los ciudadanos y los profesionales, aunque no nos guste.

** Doctor en Ciencias de la Salud

F.E.A. Psicología Clínica (Neuropsicología)